Son
casi las seis cuando por fin llega a la casa y deja el armatoste de leña junto
a la puerta de entrada. Con la mano izquierda apoyada sobre la nalga, se frota
con sus dedos de cuero seco buscando un calor que le permita una postura más
erguida. La otra mano busca las llaves en el bolsillo. Mañana temprano antes
que lleguen Abel y Ricardo acomodaré los troncos en el cuarto del patio; ahora
tan solo necesito una ducha y descansar un poco.
Una
luz amarilla despierta el interior de la casa. La atmósfera es densa. Huele a
lana y a sopa de verduras. Un dolido Hugo comienza a deducir que si no toma un
relajante muscular y una ducha rápidamente, el dolor se enfriará hasta dejarlo
postrado en la cama y sin cena. Tanto tiempo libre en estos últimos días, me
pregunto por qué tuve que esperar hasta hoy. Lo último que quiero es que
después de tanto tiempo los chicos me encuentren viejo e inútil en una cama.
De
camino al cuarto se detiene unos segundos en el baño para abrir el agua
caliente y comenzar a llenar la bañera. Ya en la habitación se va desvistiendo
como puede, lentamente y con la ayuda de la pared. Estira y pliega el pantalón
y la camisa hasta donde el ánimo le permite para luego apoyarlas sobre la silla
que hay junto a su lado de la cama. En la mesita de luz está la foto en blanco
y negro de Ana en el mirador del Cabo San Vicente unos días antes del
casamiento. Su mirada de niña colmada de felicidad se posa sobre Hugo mientras
él hurga como un ciego en la caja de zapatos donde guarda los remedios. Esa
inexplicable manía de quitar los medicamentos de su caja dejando solo las
tabletas lo demora aún más al viejo Hugo que empieza a irritarse por el
aturdimiento que hay en su cabeza. El frio en el cuerpo, el dolor lumbar como
una aguja, la ansiedad por no saber qué decir mañana. Caralho! Repite una y
otra vez.
Finalmente
encuentra lo que busca y ahora sus dedos siempre grandes e insensibles, se
tropiezan por sacar una de las 5 pastillitas celestes que quedan en la tableta.
En el intento se salta una y va a parar junto a una pata de la silla. Hugo no
se percata y llevándose el remedio a la boca, se marcha al baño en calzoncillos
y dejando la caja sobre la cama. El vaho caliente se escapa por el pasillo
mientras Ana sigue sonriendo tímida desde el mirador y con su pelo salado
bailándole alrededor de la oreja.
Desde
la bañera se oye el canto monótono de los búhos entrar por la ventana cerrada.
El viento despeina los campos con su silbido nocturno. Desde el salón llega el
tic tac del reloj de pared. Todos esos ruidos se mezclan con el agua caliente y
tejen cada uno un nudo de la adormecedora manta que ya cubre hasta el cuello al
pobre Hugo. Poco a poco va sintiendo llegar el calor a sus huesos de piedra y
astilla. La luz de aceite sobre la mesa del baño tirita en los ojos acuosos del
pobre viejo hasta espesarlos y llevarlo de paseo entresueños.
Las
primeras señoras con sus sacos de hilo comienzan a aparecer por el puerto. El
cielo continúa cubierto de nubes grises desde que despuntó el día hace un par
de horas y hacen que la mañana esté más fría que lo habitual. Ya no queda más
té en el termo y Hugo comienza a sentir el cansancio y el frio tras varias
horas despierto. Mientras su padre amarra la barca al muelle, Hugo se baja de
un brinco y se queda mirando los puestos del mercado.
¡Pam! -siente
la mano abierta de su hermano en la cabeza- ¡despiértate y ayuda a
bajar el pescado!
Hugo
intenta sostener la caja con sardinas que le intenta pasar su hermano pero es
muy pesada para sus brazos de niño.
¡Quítate
del medio si no puedes y ayuda a acomodar las sardinas sobre la mesa! Te falta
tomar más sopa, hombrecito. Le grita su padre mientras tira de la soga y arrima
la barca aún más cerca de Hugo.
Algunas
sardinas siguen vivas y Hugo se divierte tratando de atraparlas con sus
manitas. Las hunde en las cajas y revuelve el pescado sintiéndose valiente.
Ya la
mañana se acaba y Hugo está escondido dentro de la barca. Se le cierran los
ojos a causa del sueño y por más que intenta resistirlo, da cabezadas. Las
manos llenas de escamas secas le huelen a pescado seco. Vigila atento a su
padre y hermano que están ocupados liquidando las últimas sardinas, pero no
puede vencer el sueño ni alejarse del olor de sus manos.
Talannnnn…
talannnnnnn…, llega desde el salón el grito del reloj de pared. Serán las siete
o las siete y media, se pregunta Hugo sumergido en el agua caliente. La
arenilla en los ojos comienza a picarle nuevamente pero Hugo no se rasca por no
ensuciarse con escamas.
Al
instante vuelve a hundirse otra vez en sueños. Esta vez de la mano de Ana quien
le frota cariñosamente la espalda con una esponja enjabonada. Los dos están
adentro de la bañera. Ana lo abraza por detrás mientras Hugo va aflojando un
poco más los hombros con cada caricia perfumada. A pesar del dolor de espaldas
logra sentir el placer de los pechos de Ana rozándolo por detrás. Ve sus brazos
delgados y enjabonados llegarle por los costados. Los intenta envolver con sus
gruesos dedos y aprieta hasta sentir como se le resbalan de las manos. Sus
tiernos brazos de sardina. Ana le besa el cuello y le habla sobre el colegio y
Abel. Hugo está muy cansado para oírla pero no dice nada. Se conforma con
sentir el agua caliente caerle por los hombros, las piernas de Ana atadas
alrededor de su vientre y el murmullo de su voz blanda aflorando por detrás.
Hugo no duerme, tampoco está despierto. Ana se recuesta sobre la bañera
trayendo el peso de Hugo hacia su pecho. Sonríe ligeramente al notar el cambio
de respiración de su marido.
Abel
entra en la casa ya de madrugada. Va dando tumbos. Enciende las luces y va
pegando con la botella de Ron con todo lo que encuentra en su camino.
Despiértate viejo, ¡despiértate! Grita borracho de alegría.
Hugo
aparece por el pasillo sin entender nada y pensando lo peor.
¿¡Que
pasa!? ¡¿Qué pasó?! ¿Por qué esos gritos? estás borracho, ¿!¿Abel?!? Hugo no
logra despertarse del todo y le pican los ojos.
¡Papa!
¡Me han ofrecido un ascenso en la empresa y me han nombrado jefe de equipo! Me
mudo a Sao Paulo papa! ¡! Me voy a Brasil¡!
Hugo
no entiende nada y ve en el reloj del salón que son casi las 2 de la mañana.
Abel
entra en la cocina y al cabo de unos segundos sale forcejeando con una botella.
PUM! Retumba el descorche.
Hugo
se despierta violentamente, mira a su alrededor y se da cuenta de la realidad:
no hay botellas descorchándose, ni mujeres comprando sardinas al amanecer, ni
Ana esta junto a él; tan solo ve la luz de aceite resplandeciendo en el baño.
Que
tonto he sido por Dios! Tengo que hablar con Ana y hacerla entrar en razón.
Caralho! Se remacha Hugo ya parado afuera de la bañera.
Regresa
al cuarto para vestirse con ropa limpia. Toma la caja de zapatos con los
medicamentos y la vuelve a acomodar en el estante superior del armario junto a
otra caja repleta de papeles y documentos. No solo ha desparecido el dolor de
espaldas sino que se siente empujado por una fuerza. Por la certeza de que
traerá de regreso a Ana.
Antes
de salir decide acomodar los troncos que estaban sobre la carretilla y
llevarlos al cuarto del fondo. Siente el aire seco y frio de la noche darle de
lleno en la cara pero sabe que mañana no tendrá tiempo con Ana en casa y los
chicos que no le han dicho exactamente a qué hora llegarán. Mejor lo hago ahora
que me llevará un instante.
Son
casi las diez de la noche cuando por fin Hugo detiene el coche frente a la casa
de Fátima, su cuñada. Siente el corazón en la boca por el pavor que le provoca
presentarse a estas horas en esa casa y después de tantos meses. Pero sabe que
es ahora o nunca que podrá decirle todo lo que siente a Ana.
Una
luz se enciende detrás de la ventana que da a la calle. Antes que Hugo salga
del coche, Ana abre la puerta de la casa y camina hasta la vereda. Le sonríe
mientras se envuelve más fuerte el saco de lana verde que lleva puesto. Hugo se
siente despierto y fuerte. Desde las piernas bajo el volante le suben unas
cosquillas y unas ganas terribles de abrazarla y escuchar sus susurros al oído.
Abre
la puerta y sin quitarle la mirada, se acerca a ella.
Perdón,
Ana. Vuelve a casa por favor amor. Le dice apisonando las lágrimas.
Ana le
apoya la mano sobre los labios.
Shhh,
tonto. Pensé que no te atreverías a venir nunca. No te quería ver por aquí pero
en realidad ya no soportaba un minuto más la espera. Le responde Ana con su voz
de noche.
…
Abel y
Ricardo llegaron juntos a la casa al día siguiente. Ambos volaron a Faro con
diferencia de un par de horas y llegaron a Raposeiras en un coche alquilado
cuando ya casi había oscurecido y el viento soplaba seco.
Hacía
casi dos años que no veían a su padre. La última vez había sido en el entierro
de su madre y por cuestiones de trabajo y tiempo no habían podido regresar
desde entonces. Ambos sentían algo de culpa por haber dejado pasar tanto
tiempo. Pobre papa, todo este tiempo solo.
Tras
esperar un largo rato a que les abriera la puerta decidieron ir al cuarto del
fondo para confirmar si estaba allí. No había nadie tampoco en el patio de
atrás, tan sol vieron una carretilla vacía junto al cuarto de la leña. Abel
decidió entrar por la ventana de su cuarto de infancia y entonces fue él el
primero en encontrar a Hugo en la bañera.
Lo
supo desde que lo vio, pero sin embargo no pudo evitar sentir que tal vez su
padre estaba durmiendo.
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