Si
de regiones pioneras hablamos, Centroamérica fue quizás la primera en usar
Internet para movilizarse y hacer públicas sus protestas.
De hecho sucedió no muy lejos de Guatemala. Fueron
los zapatistas y el levantamiento campesino de la región de Chiapas en México, liderado
por el siempre encapuchado subcomandante Marcos. Esa fue tal vez la primera
revuelta social que
recibió atención mundial gracias a Internet.
Por
la misma época, un poco más arriba, en
Seattle, las tecnologías digitales también eran las responsables de movilizar miles de personas
contra la Organización Mundial de Comercio, llegando incluso a hacer fracasar
la llamada Ronda
del Milenio, y
todo esto sucediendo al margen de cualquier partido político.
Desde
entonces hasta hoy ha pasado mucha agua bajo el puente que une a las nuevas
tecnologías con las causas sociales. Aparecieron Facebook, Twitter, y con ellos
un sinfín de movimientos de protesta gestados desde plataformas digitales. Pero tranquilo lector, no he
venido a escribir otro artículo sobre la historia de las redes sociales, sino más
bien a ver si juntos logramos entender cuánto cambio en realidad logra una protesta virtual, ya que tengo la impresión
de que, paradójicamente, una masa de activistas virtuales no siempre se ha
traducido en una solución sostenible. La pregunta que intento plantear por lo
tanto es: ¿qué es lo que hace posible una solución a largo plazo?
El
ciberactivismo, entendido como acción política en la red, ha sido determinante para
organizar, en cuestión de horas, movimientos de gran repercusión social y
política, algunos logrando derrocar vicepresidentas, como sucedió aquí en
Guatemala hace tan sólo semanas, o gobiernos enteros, como en la llamada
primavera árabe y sus levantamientos de Bahréin a Túnez, pasando por Egipto y Libia.
Otros ejemplos: los
indignados en España, Italia, Grecia, las protestas del parque Gezi en Turquía,
Taiwán, Euromaidán en Ucrania, la revolución de los paraguas en Hong Kong, y
movimientos más recientes, como por ejemplo, los hashtag “#ReunciaYa”, "#BringBackOurGirls",
“#YoSoyNisman” y “#JeSuisCharlie”. Es indiscutible que hoy en día un tuit puede
desencadenar una campaña mundial de información, y una página de Facebook puede
convertirse en un medio de movilización de masas.
Pero
si analizamos en detalle estos movimientos, y comparamos la cantidad de clics o cyber-activistas que
juntaron en pocas horas, con la calidad
de los resultados que lograron, ¿acaso se puede afirmar que los logros están a
la altura del tamaño y el ardor que los inspiró? Yo
diría que no, diría que lo que han conseguido han sido más
bien pequeños cambios estéticos, y no tanto verdaderos cambios sostenibles –
casi 20 años después las protestas de Seattle la conversación global sobre la
desigualdad, y las políticas que la provocaron están aún presentes.
Parte
del problema de las protestas de hoy, según expertos, tiene que ver con que
imitan el modelo de las start-ups
comerciales, es decir que focalizan toda su energía en conseguir “clientes”,
olvidando desarrollar un espíritu de esfuerzo común.
Si
estudiamos los movimientos sociales anteriores a las redes sociales, y tomamos
aquellos que lograron cambios positivos, sostenibles y sobre todo a través de
medios no violentos - como por ejemplo el movimiento por los derechos civiles
liderado por M. Luther King que extendió el acceso pleno y la igualdad ante la
ley a los grupos que no los tenían, sobre todo a los ciudadanos negros, o el movimiento
de liberación de la India liderado por Gandhi-, podemos observar que han sido procesos largos en los cuales sus miembros debían interactuar para organizarse, movilizarse para
reunirse y conocerse, crear consenso, discutir ideas, resumirlas, escribirlas, difundirlas.
Hoy en día es mucho más simple organizar una protesta, basta una página de
Facebook, una cuenta de Twitter, y en pocas horas se captarían seguidores a
través de actualizaciones, imágenes sugestivas, o breves mensajes ingeniosos de
140 caracteres.
Pero
al usar las plataformas digitales para el activismo, ¿acaso no estamos optando
por un camino más fácil, desaprovechando los beneficios de hacer las cosas en
equipo y por el camino más largo? De ninguna manera pienso que la solución está
en redactar un folleto a mano y atravesar un país en bicicleta para
distribuirlo, pero tampoco creo que se encuentre en un hashtag ingenioso, sino más bien en la capacidad de crear un tipo
de organización que puede pensar en equipo y tomar decisiones difíciles de
forma conjunta, llegar a un consenso e innovar y continuar juntos a pesar de
las diferencias encontradas en el camino.
Las
causas que han inspirado movimientos en los últimos años son críticas: el
cambio climático es incuestionable, la desigualdad continúa afectando el desarrollo
de las personas y la corrupción está presente en muchos países. Es evidente
entonces que necesitamos soluciones más eficaces. Los movimientos de hoy tienen
que ir más allá de la participación a gran escala para encontrar la manera de pensar
juntos colectivamente; no sólo señalar y acusar, sino desarrollar
propuestas fuertes, crear consenso, averiguar los pasos necesarios para lograr
cambios y relacionarlos para aprovecharlos, porque todas las buenas intenciones,
la valentía, y el sacrificio por sí mismas no van a ser suficientes.
Columna publicada en la revista guatemalteca esQuisses, el día 14 de agosto de 2015: http://www.esquisses.net/2015/08/ciberactivismo-mucho-ruido-y-pocas-nueces/
Coincido plenamente, las nuevas tecnologías junto con las diferentes redes sociales suelen ser buenas para denunciar, mostrar, señalar dando una sensación de libertad en principio para expresarse pero queda unida a la idea que la solución se va a materializar sola con solo señalar la queja, casi mágicamente por el deseo expresado en las redes o esperando una respuesta sensible que nunca llega o simplemente se la maquilla, y ahí esta el problema que tu señalabas porque probablemente no pase de lo enunciativo.
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