Tanto como avanza
hacia un vacío que siente cada vez más cerca, sabe que sólo él es el creador
de su calvario, y que el bullicio que siente alcanzándole desde todas partes es
en realidad una obra a la que debe permitir manifestarse -a pesar del
atropello de sus notas y de la incómoda desorientación que ésta le provoca-. De algún
modo debe confiar en el secreto que esconde el caos, por más que ahora mismo
la velocidad externa lo encandile con desrodenadas fusiones
de imágenes, voces y texturas. Pero Keith apenas logra mantenerse
aferrado a las riendas de un animal que se le escapa.
Y arrastrado
por el caos, sobre el lomo de la bestia delirante, con teclas que retumban como
tambores en su cabeza, aturdido y lejos del control, completamente hundido en el cauce fatal, Keith siente mientras es arrastrado por el fondo de la corriente como una melodía le roza la espalda al pasar. Inmediatamente la identifica por su
exquisitez.
Cierra los ojos y a pesar de ir golpeándose entre piedras, reconquista el poder
de la concentración. Y con ella la autoridad que le perteneció desde siempre.
Siente en el amparo de la melodía el poder necesario para detener el caudal que
lo ahogaba. Y sin mayores explicaciones, como un acto natural, los pensamientos
de Keith se ordenan, el hombre se hincha, el ejecutor se impone, y con un frio sablazo fugaz,
taja en dos al caos frenético del bullicio que pisoteaba su preciosa melodía.
Todo por
fin se detiene en nombre del silencio.
(…)
Suavemente va
abriendo los ojos, y deduce por el sudor que empapa su cuerpo agitado, que
acaba de regresar de un sitio. Keith inhala aire desde el fondo de su estómago,
como quien se asoma de un cauce, agradeciéndolo con el último respiro. Al
girarse hacia la izquierda se asusta al enfrentarse con un teatro repleto de
miradas atónitas. Todas lo miran a él, todas están cargadas de contención. Parecen
haber visto a la muerte morir. Frente a él, un enorme piano
de cola negra. Sus manos laten. Un silencio mortal recorre la sala justo antes
del estallido de aplausos, el cual le recuerda a Keith, el domador, la
fatalidad de los sonidos.