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O tal vez uno se lanza a viajar para luego poder
tener historias que contarse, o contar, y así imaginarse que en la vida le ha
sucedido algo. No sé, se me ocurre. Aunque no todo viaje es movimiento. También
puede uno quedarse quieto y hacer viajes imaginarios y luego contarse esas
historias mentales, también para consolarse de que le ha sucedido algo en su
vida.
En
mi caso hubo un tiempo en que fui un viajero. En el fondo se trata de estar disponible
digo yo. Al menos lo estaba cuando era un aventurero. Moverme era mi
actividad principal aunque no era consciente de eso, no como ahora. Entonces
podía levantarme en mitad de la noche y salir a andar, o en la tardecita y ya
no volver hasta el día siguiente. Me podía subir a un tren o a un colectivo de
línea urbana y andar hasta que decidiera bajarme, usualmente eligiendo mis
paradas, o pueblos, según el sonido que hacían sus nombres en mi oído interno.
Podía bajarme y andar por las calles desconocidas, pasar la noche en un hostal,
cenar entre extraños (mochileros, comerciantes, extranjeros, viajeros, quién
sabe, asesinos), caminar por lugares muchas veces vacíos. Era un viajero
anónimo, una especie de soplido de otro lugar que observaba e imaginaba. Ésa
era para mi la aventura, la cual casi siempre tenía forma de viaje.
Pero
para esta aventura que nos incumbe hasta el día 15 necesito un testigo, un confidente tan
crédulo como vos (que en realidad soy yo), tan familiar, alguien, en fin, que
me escuche con atención y desde lejos.
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