Un vaso de agua derramado sobre la arena. Dos pájaros jugando con
corrientes de aire sobre un cielo gris. Los ojos que ven pasar el día por la
ventana de una oficina. Los labios que se suspenden cuando desgastan tu vientre
cálido. La lluvia de martes por la tarde bautizando la colilla en el andén
vacío. Manotazo de ahogado. Un cuadro de San Jorge en el tabique del salón. Un
tren detenido en el campo. Una oficina pública y ojerosa. Un reloj pernoctando
en el cajón. Un perdón que no olvida. Un resentimiento sin memoria. El llanto
caprichoso de un niño. Unos ojos que observan, una boca que se atrofia con el
tiempo, un par de oídos como únicos jinetes capaces de soportar el galope del
tiempo. Un puente sin pasamanos. Un ayer siempre ayer. Una costumbre incapaz de
amanecer dos veces en un mismo lugar. Un moretón. Un rinoceronte. Un parque de
madrugada. Un anillo en la tubería. Un inquilino moroso que despierta
compasión. Un eterno insatisfecho. Un verano de uñas largas empuñadas a un
calendario que lo empuja hacia el recuerdo. Una mosca zumbando en la cabeza.
Una cerradura filtrando campos de luz en la montaña. La memoria. Los espejos
sucios. Los períodos de ausencia. Una mochila olvidada en la estación. Un tumor.
Un patín. Una cresta sin cabeza. Dos días, de frente y de reverso. Una noche.
Mil insomnios. Una carta ya obsoleta. Una llamada fumando. Un mapa. Una ciudad.
Un yo. La costa. El agua. El tiempo masajeándome las piernas.
14.6.11
2.6.11
Cerca
Cada uno de los espacios que cohabita dentro de un día, tiene su instante
en el que se quiebra y sede, resbalándose hacia el olvido al que lo empujan las
luces y acentos del nuevo momento que no puede evitar nacer. Vos sos uno de
esos instantes. Cuando la tarde deja de ser una baldosa de mármol rota
refrescándose a la sombra de un atardecer, aparecés vos para por fin
reconciliarla con el atrevido ladrido de un perro iluminado por la luna en una
calle de tierra. Llegás tarde pero con aviso, desnudando de toda dulzura a la
ansiedad de la espera. Justo cuando el reloj deja de bordar tiempo y
reclamaciones cotidianas, suena el timbre y simultáneamente comienzo yo a
bailar sobre este pavimento que delira entre lo cerca y lo lejano, la
comprensión y el desacierto, todo según se revela la melodía de tu orquesta.
Cuando me hablás dolida por mi torpeza, te siento cerca, tan cerca que me avergüenzo como un niño que entiende por vez primera lo errado de sus acciones. Cuando mi comportamiento es revelado por la lógica de tu razonamiento, te siento cerca. Incluso cuando al fuego que hace instantes encendimos con las prisas de los amantes recién estrenados, se lo roba un ladrón llamado tiempo, y nos deja solo con las tímidas brasas que nos mantendrán calientes hasta mañana por la mañana, incluso en esas brazas te siento tan cerca como cuando hace instantes nos quemábamos.
¡Y ojala esto bastara!
Pero hay un mundo que respira ciego a tus ojos y al que intento acercarte. Un mundo de maravillas que solo tiene gravedad bajo el agua y en donde los peces son seres urbanos que caminan por la ciudad con paraguas y prisas. Un mundo con suelos de papel al que las huellas apresuradas de las hormigas con sandalias que corren en busca de resguardo los días de lluvia, le imprimen nuevos capítulos en sus calles.
No sabría exactamente dónde es que se halla geográficamente este mundo, tan solo sé que lo habito desde siempre y que hace unos meses comencé a abrir la ventana que me enseña el otro mundo donde habito con vos. De hecho, cuando llegás, creo que se esconde bajo mi cama.
Me encantaría abrir la represa que mantengo cerrada desde hace tiempo para así librar toda esa agua que iluminaria infinitamente los balcones azules que pienso enseñarte cuando por fin montes en la barca de cañas con la que pienso llevarte a viajar.
Yo sé que vas apreciar a mi amigable ejército de hormigas inquilinas del subsuelo de mi habitación. Ellas te conocen ya, te han escuchado reír en mi cama mientras yo aprendía a dejarme perseguir por tus manos. De hecho me lo han comentado en las noches en que me dejas solo y en mi insomnio, sin consuelo ni almohada que te herede, salgo con ellas a caminar por los palcos de la noche. Mientras todos los animales duermen la resaca de la noche, ellas y yo nos sentamos en las chimeneas de ladrillos calientes a tomar infusiones de gardenias. Nos reímos entre charlas mientras el ardiente reflejo de la noche hace sudar a las orugas que trabajan sobre el lago. Entonces les hablo de vos y ellas me reclaman tu presencia, dejándome a mí sin respuesta.
Vení, acercáte, no te quedés allí en donde vive la gente de uñas limpias. Vení a este mundo, apreciálo, acariciálo con la misma esperanza con la que lo hacés cuando mi torpeza se avergüenza y te siento cerca.
Cuando me hablás dolida por mi torpeza, te siento cerca, tan cerca que me avergüenzo como un niño que entiende por vez primera lo errado de sus acciones. Cuando mi comportamiento es revelado por la lógica de tu razonamiento, te siento cerca. Incluso cuando al fuego que hace instantes encendimos con las prisas de los amantes recién estrenados, se lo roba un ladrón llamado tiempo, y nos deja solo con las tímidas brasas que nos mantendrán calientes hasta mañana por la mañana, incluso en esas brazas te siento tan cerca como cuando hace instantes nos quemábamos.
¡Y ojala esto bastara!
Pero hay un mundo que respira ciego a tus ojos y al que intento acercarte. Un mundo de maravillas que solo tiene gravedad bajo el agua y en donde los peces son seres urbanos que caminan por la ciudad con paraguas y prisas. Un mundo con suelos de papel al que las huellas apresuradas de las hormigas con sandalias que corren en busca de resguardo los días de lluvia, le imprimen nuevos capítulos en sus calles.
No sabría exactamente dónde es que se halla geográficamente este mundo, tan solo sé que lo habito desde siempre y que hace unos meses comencé a abrir la ventana que me enseña el otro mundo donde habito con vos. De hecho, cuando llegás, creo que se esconde bajo mi cama.
Me encantaría abrir la represa que mantengo cerrada desde hace tiempo para así librar toda esa agua que iluminaria infinitamente los balcones azules que pienso enseñarte cuando por fin montes en la barca de cañas con la que pienso llevarte a viajar.
Yo sé que vas apreciar a mi amigable ejército de hormigas inquilinas del subsuelo de mi habitación. Ellas te conocen ya, te han escuchado reír en mi cama mientras yo aprendía a dejarme perseguir por tus manos. De hecho me lo han comentado en las noches en que me dejas solo y en mi insomnio, sin consuelo ni almohada que te herede, salgo con ellas a caminar por los palcos de la noche. Mientras todos los animales duermen la resaca de la noche, ellas y yo nos sentamos en las chimeneas de ladrillos calientes a tomar infusiones de gardenias. Nos reímos entre charlas mientras el ardiente reflejo de la noche hace sudar a las orugas que trabajan sobre el lago. Entonces les hablo de vos y ellas me reclaman tu presencia, dejándome a mí sin respuesta.
Vení, acercáte, no te quedés allí en donde vive la gente de uñas limpias. Vení a este mundo, apreciálo, acariciálo con la misma esperanza con la que lo hacés cuando mi torpeza se avergüenza y te siento cerca.
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