Cada uno de los espacios que cohabita dentro de un día, tiene su instante
en el que se quiebra y sede, resbalándose hacia el olvido al que lo empujan las
luces y acentos del nuevo momento que no puede evitar nacer. Vos sos uno de
esos instantes. Cuando la tarde deja de ser una baldosa de mármol rota
refrescándose a la sombra de un atardecer, aparecés vos para por fin
reconciliarla con el atrevido ladrido de un perro iluminado por la luna en una
calle de tierra. Llegás tarde pero con aviso, desnudando de toda dulzura a la
ansiedad de la espera. Justo cuando el reloj deja de bordar tiempo y
reclamaciones cotidianas, suena el timbre y simultáneamente comienzo yo a
bailar sobre este pavimento que delira entre lo cerca y lo lejano, la
comprensión y el desacierto, todo según se revela la melodía de tu orquesta.
Cuando me hablás dolida por mi torpeza, te siento cerca, tan cerca que me
avergüenzo como un niño que entiende por vez primera lo errado de sus acciones.
Cuando mi comportamiento es revelado por la lógica de tu razonamiento, te
siento cerca. Incluso cuando al fuego que hace instantes encendimos con las prisas
de los amantes recién estrenados, se lo roba un ladrón llamado tiempo, y nos
deja solo con las tímidas brasas que nos mantendrán calientes hasta mañana por
la mañana, incluso en esas brazas te siento tan cerca como cuando hace
instantes nos quemábamos.
¡Y ojala esto bastara!
Pero hay un mundo que respira ciego a tus ojos y al que intento acercarte. Un
mundo de maravillas que solo tiene gravedad bajo el agua y en donde los peces
son seres urbanos que caminan por la ciudad con paraguas y prisas. Un mundo con
suelos de papel al que las huellas apresuradas de las hormigas con sandalias
que corren en busca de resguardo los días de lluvia, le imprimen nuevos
capítulos en sus calles.
No sabría exactamente dónde es que se halla geográficamente este mundo, tan solo
sé que lo habito desde siempre y que hace unos meses comencé a abrir la ventana
que me enseña el otro mundo donde habito con vos. De hecho, cuando llegás, creo
que se esconde bajo mi cama.
Me encantaría abrir la represa que mantengo cerrada desde hace tiempo para así
librar toda esa agua que iluminaria infinitamente los balcones azules que
pienso enseñarte cuando por fin montes en la barca de cañas con la que pienso
llevarte a viajar.
Yo sé que vas apreciar a mi amigable ejército de hormigas inquilinas del
subsuelo de mi habitación. Ellas te conocen ya, te han escuchado reír en mi
cama mientras yo aprendía a dejarme perseguir por tus manos. De hecho me lo han
comentado en las noches en que me dejas solo y en mi insomnio, sin consuelo ni
almohada que te herede, salgo con ellas a caminar por los palcos de la noche.
Mientras todos los animales duermen la resaca de la noche, ellas y yo nos
sentamos en las chimeneas de ladrillos calientes a tomar infusiones de
gardenias. Nos reímos entre charlas mientras el ardiente reflejo de la noche
hace sudar a las orugas que trabajan sobre el lago. Entonces les hablo de vos y
ellas me reclaman tu presencia, dejándome a mí sin respuesta.
Vení, acercáte, no te quedés allí en donde vive la gente de uñas limpias. Vení
a este mundo, apreciálo, acariciálo con la misma esperanza con la que lo hacés
cuando mi torpeza se avergüenza y te siento cerca.