Desde que me sentenciaron culpable y trajeron a esta celda,
vivo zambullido en un sueño que no dejo de saborear. Yo que en la ciudad
llevaba una vida invisible y pastosa como días de Febrero, ahora bajo los tubos
de luz fluorescente de esta jaula soy un aliento liviano y hasta gozo de
autoridad intelectual.
Mi humor se ha vuelto naturalmente astuto, despierto risas
tanto en mis compañeros presidiarios como en los guardias armados que recorren
los pasillos. Cada día me sorprendo gratamente cuando el deber de afeitarme me
cruza con el espejo de la mañana devolviéndome una sonrisa estampada sobre un
rostro aliviado. Veo en el reflejo de mis ojos limpios y arrugados, lo acertada
que es mi nueva vida aquí entre los marginados.
Yo, que era un mediocre entre los justos, soy un distinguido
entre los injustos.
Aquí el dinero no existe, lo cual además de ser un alivio es
el motor de mi pasión. Todo lo hago por motivos que desconozco, aunque en
realidad, tanta tenacidad anónima despierta en mí la certeza de que son las
alabanzas y la admiración de mis allegados lo que motiva mis acciones. Me
dedico, digamos, que a la escritura fantasma. Escribo cartas a petición, de
todo tipo, desde legales hasta familiares e incluso, en total discreción y
confianza, redacto cartas de amor impaciente para algunos hombres que llegan
tímidos y mansos a mi celda de madrugada. Soy invitado especial en cuanta
confesión se lleve a cabo en mi pabellón. Asesoro, escucho, influyo.
Mi trabajo según las planillas administrativas es
“lavandero”. Y allí abajo, entre olor a jabón y a vaho húmedo de sótano, mi
alma es una pluma que se pierde durante horas entre las corrientes de aire
suspendido. Va y viene escurriéndose entre el espacio que me distancia de los
días, palpita como las alas del colibrí, se recuesta y duerme siestas durante
semanas, a veces se pierde sin despertar en mi una pizca de inquietud, siempre
acaba volviendo como gato rasguñando la puerta del balcón. Y mientras cumplo mi
condena, en mi mente no hay nada más que el silencio del fondo del mar y el
placentero aleteo del colibrí.