En pocos segundos el cielo se oscureció y el viento
se avivó con tal furia que los granos de arena revoloteando pinchaban como
agujas.
¡Sal del agua ahora mismo! grité a mi hija mientras
el huracán apareció envolviéndola en su hélice. Sentí la premonición del final
y corrí hacia su ojo. A él ataqué con el sólo objetivo de encontrarla entre su
maraña. De a ratos creía verla mientras volaba entre latas, tanzas y maderas.
Finalmente caí y el cielo se despejó. Caminando entre escombros escuché su voz.
- Yudelka, ¿eres tú? ¿Sal de ahí!
- Estoy desnuda, me da vergüenza-, respondió.