El texto era formal y seguro, como su voz cuando me habla. Decía: No tomaste en cuenta ninguna de las
recomendaciones que te hice (horarios, distribución de mesas, posibles
variantes, etc.). No es la primera vez que me ocurre esto contigo. Es triste
pensar que no se tiene la menor influencia intelectual sobre un subordinado a
quien se quiere y se estima tanto.
En ese momento supe que ya no contaba con su protección, que estaba
“suelto” como se dice entre los míos. Los detalles de mi destino no tardarían
en llegar, pensé mientras plegaba el papel y lo dejaba sobre el escritorio.
Tomé la cajetilla de cigarrillos y me asomé por la ventana sin correr las
cortinas, no se veía nada extraño en la calle, sin embargo la ciudad de repente
me pareció un asqueroso hormiguero sin sentido. Encendí un cigarrillo (nunca
fumo antes del café), la TV, y me senté a los pies de la cama. En la pantalla
apareció la foto de dos señoras sonriendo en una playa. Eran ellas, no había
duda, las mismas dos mujeres que me habían pasado por al lado justo cuando yo salía
del café tras confirmar que el tal Villalobos estacionaba su Volkswagen azul
para entrar por su café como cada mañana a esa hora. Pero las muy pendejas parece
que fueron a sentarse justo en la mesa que no les correspondía. Y ahora el hijo de puta del Sr. Villalobos
sigue por ahí, suelto.