Quisiera escribir la novela
eterna, la trama inagotable, el indestructible monólogo interior, poder lograr
lo que nunca he logrado: respirar sobre el papel y plasmar mi aliento como la justa
evidencia de esta vida intermitente. Claro que de algún modo eso es lo que intento
con mi literatura: retratar una existencia descomunal. No por los eventos que la
mueven desde afuera, los cuales son para nada descomunal, sino por su empeño interior
en permanecer desatada y en continuo progreso hacia la incontinencia. A veces
pienso, mirando las evidencias, que mi literatura está destinada a ser un muelle
espacial, flotando sin más raíz ni testigos que las palabras que me apure a
dejar.
No niego que siempre me estoy
contestando la misma pregunta, escribiendo la misma historia a través de múltiples
palabras, pero acaso ¿quién no? ¿Acaso no hay hechos suficientes para pensar
que la vida avanza hasta un cierto momento (por cierto demasiado pronto) y a
partir de ahí todo es un loop, un girar
sobre un mismo eje, un transitar senderos circulares hasta olvidarse el
trayecto recorrido y tropezar una y otra vez con paisajes que uno intuye ya
vistos?, y sin embargo sospechar al mismo tiempo que todo volverá a suceder,
sin más esperanza que la aparición de un nuevo circulo regalándonos el engaño de
estar dejando atrás lo mismo que acaba de llegar. No lo sé, por eso yo escribo, para identificar
los círculos que voy transitando y lo que mora adentro mío mientras todo sucede
una y otra vez, pues me resulta imposible advertir las repeticiones del camino mientras
vivo con los ojos puestos en el mundo no-escrito.