La muerte se suicidaba en vos
todos los días, así nos dijiste, o así creí entenderte, pues tus palabras
siempre fueron una especie de broma de las que nos reíamos todos menos vos. Vos
simplemente sonreías. Yo te veía, te veía cuando nos sentábamos los dos en tu
balcón de la 11 calle, y también cuando en la sala nos separaban todos
esos cuerpos ruidosos, siempre te veía como la mancha de tinta que sos en mis
ojos.
Hoy justamente regresé a casa
tras una larga jornada en la calle, otra batalla más del mundo. Pero que te voy
a contar si vos eras ese lugar al que yo llegaba cada tarde, amarrando mi barca
a tu muelle. No sé por qué te fuiste, lo he pensado mucho pero creo que nunca
hay motivos para irse, simplemente nos vamos. Hoy llegué a casa como te decía,
sin ya poder amarrar nada a nada, con el único deseo de sentarme en el sillón y
leerte, a veces todavía tengo ganas de leerte, no porque te extrañe, sino
porque simplemente todavía me gusta leerte.
Dejaste de escribir este
cuaderno borrador que llamabas la ciudad aparte, y así, con tu partida te
llevaste también la luz que iluminaba tu Guatemala, y la cual ahora es mía
aunque no sepa cómo acariciarla, aunque tu partida me haya revelado que solo
puedo andar con torpeza por la ciudad sin luz. Me tendré que curar me digo, la
zona 1 deberá enterarse de que yo no soy vos, y que vos seguirás brillando como
un miembro amputado.
Dejé el bolso junto a la puerta
y fui al baño a lavarme las manos. Luego me senté y te leí. Sí, hiciste bien en
irte de aquí, yo tampoco sé porque sigo, tal vez porque alguien siempre debe
permanecer para que otro se vaya, no lo sé. Deliro. Nunca regresaste. Y creo
que hiciste bien, aquí casi todo sigue igual. Aquí la penumbra permanece, igual
ya lo sabes, pero de todas maneras te lo cuento.