Maté la melena un martes al mediodía. Me llenó de melancolía
mirar la mata -que hace minutos era mía- yacer muerta sobre el mármol. Más de
mil días mirándola crecer. ¡Mierda, mierda, mierda! Maldije mi repentina
madurez, mi mediocre afán por molar. Me vino a la mente Marta, mi mujer, su
madre la militar, me vinieron muchos más a la mente. Pagué las monedas al
maldito que me masacró y salí mudo de esa monstruosa barbería. Me fui marchando
con la mirada implorando un milagro, y sin mencionar la más mínima palabra, me
dije mentalmente: menos mal que todos moriremos.