Comienza entonces a
imaginar, reflexionar, especular con imágenes que le brotan repentinamente,
teorizar moralejas, descartar, eso sí, todo final predecible o narrativa
fantasiosa. En eso está cuando por la ventana ve a un hombre de unos sesenta
años paseando un pastor alemán bastante gordo y cansado; ambos avanzan lentamente
bajo la luz amarilla de las farolas.
La imagen parece salida
de un cuento de Salinger piensa, y eso lo lleva a una voz narrativa que a su
vez lo lleva a una historia: un coche gris avanza por una carretera nocturna,
adentro un hombre con sombrero de ala conduce mientras una mujer sentada a su
lado se pinta los labios; el hombre fuma y algo del humo se escapa por el
pequeño espacio que se abre en la ventanilla; parece perturbado por algo; sin
girarse le ordena a la mujer que apague la luz del espejo en el que aparecen
sus labios rojos, ella ignora sus palabras y contesta con una pregunta, ¿piensas
que estoy guapa, Walter?, por favor te lo suplico Sally, no seas una niña
caprichosa, sabes que están al acecho escondidos con las luces apagadas; Walter
fuma sin quitar los ojos de la carretera; Sally deja caer la mano con la que
sostiene el pintalabios rojo y cierra de un golpe el espejo; comienzan a
discutir; el coche avanza por las curvas cerradas; ella alza cada vez más la
voz; él repite una y otra vez ¡cálmate Sally!, mientras gira el volante con
ambas manos y no quita la vista del triángulo de luz que se proyecta en el
asfalto.
De repente el fulano se
levanta de la hamaca y sale disparado hacia su cuarto. Sortea la mesa con los
platos de la cena, el sofá azul con la mochila hasta por fin llegar al
escritorio. Del tazón amarillo donde acumula lápices y bolígrafos saca uno al
azar y comienza a escribir oraciones que intentan atrapar al hombre con
sombrero de ala. No, no está allí, piensa y desiste. Comienza entonces a anotar
de forma aislada los elementos que forman la historia: el auto girando por una
curva cerrada, la autopista trepando por oscuros cerros, esos labios rojos,
contención en el ambiente, un diálogo. No quiere dejar afuera ningún detalle
para que luego, cuando se siente a
escribir, logre revivir toda esa atmosfera que está sintiendo a través de su
imaginación.
Al cabo de unos quince
minutos de escritura arrebatada, cuando llega la cuesta arriba que se adentra por
los terrenos que hay más allá del entusiasmo, el fulano comienza a apagarse
poco a poco. Las oraciones pasan a tener largas pausas meditabundas donde el se
pierde en conjeturas. Finalmente el fulano suelta el bolígrafo y abandona la
historia. Deja entonces caer los hombros y levanta la vista hacia un punto del cuarto.
Lee lo escrito pero algo ha cambiado,
ahora considera que la historia es una imitación barata de algún cuento que ya
leyó. Aleja el papel hacia un costado sintiendo un arrebato de violencia, se
levanta y vuelve a la hamaca. Jamás pierde esos trocitos de papel con tramas
moribundas o personajes en incubadoras…pero tampoco prosperan.
El fulano vuelve a la suspensión de su salón y
reflexiona sobre lo que rodea al proceso de creación, desde la voluntad del
artista hasta la apreciación de su obra por parte de un público. Mira hacia la
calle, ahora desierta, y piensa que tal vez su pretensión por escribir es en
realidad una pulsión negativa, una atracción por la nada. Y por lo tanto
pertenece a ese selecto grupo de escritores que prefirieron no escribir nunca
un libro; una negación para nada disparatada, piensa.
Decide aplazar hasta mañana la escritura de un
ensayo sobre el tema, esta noche se dedicará a reflexionar y apuntar preguntas
que guíen el texto de mañana. Piensa. “¿Cuántos sueños, sistemas de
pensamiento, intuiciones y frases realmente nuevas han escapado de la
escritura? ¿Cuántas inteligencias han permanecido libres, dedicadas simplemente
a nutrir y embellecer una vida, sin someterse jamás al servil proyecto de forjar
una estrategia para producir o para obtener reconocimiento?”. Dicho de otro
modo, ¿cuánta mente brillante ha pasado desapercibida en la historia por el
hecho de no haber dejado constancia escrita de su existencia? ¿Es, entonces,
más relevante para la historia de la literatura una mente que ha materializado
un proyecto que aquella que simplemente lo imaginó o que, conscientemente,
prefirió prescindir de la necesidad de crear? ¿Dejan de ser artistas quienes no
crearon aun habiendo influido decisivamente en otros que sí lo hicieron? ¿Qué
importancia tiene entonces Sócrates para la filosofía griega si prefirió no
escribir nada? ¿Acaso no influyó en Platón? ¿No fue una voz activa de la época?
El fulano se duerme.
Mientras tanto, en otro
lugar de la ciudad, un mengano junto a una taza de café, escribe y rescribe laboriosamente
historias sobre fulanos.
http://www.esquisses.net/2015/09/fulanos-y-menganos/
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