Martes
13 de octubre, 1953. En algún lugar de la Serra da Estrela
Mis hombres y yo somos escritores, más precisamente cronistas de nuestra
época. Y desde hace algo más de dos años nos persigue el régimen de
Salazar por hacer nuestro deber: registrar, mostrar, dejar prueba de lo que
vemos (mi oficio es levantar piedras, me dijo mi primer jefe, José Saramago, no
es mi culpa si debajo de esas piedras lo que encuentro son monstruos que quedan
al descubierto). Llevamos tan sólo unos meses exiliados en las montañas del
norte, pero a mí, últimamente, me parece llevar años lejos de mi
hogar. Nos fuimos a los pocos días de comenzar la primavera. Yo, empujado por
la oscura necesidad de cometer un acto significativo con mi vida; mis hombres,
por mi persuasión para mantenernos unidos y resistiendo. Pero parece que ahora,
con el otoño cubriendo el campamento, no estoy tan seguro de que la victoria se
encuentre en un grupo de cronistas asustados en la montaña. Últimamente me
siento un Quijote luchando contra molinos en mi cabeza.
Llevo días enteros encerrado en mi carpa, escribiendo estas notas,
tratando de entender lo que debo hacer. Hoy por fin algo de luz me ha
iluminado. He concluido en una decisión: sacaré a mis hombres, y a mí, de esta espera
que sabe a agonía y frustración. Nos iremos de aquí, y esto no es una promesa
sino un propósito.
Si fui yo quien los empujó a esta locura, a esta reafirmación de nuestra
identidad como escritores -pero también a esta marginalidad-, es mi
responsabilidad guiar el camino de regreso a los hechos de nuestra época, y a
nuestros hogares. Llevamos semanas agazapados en esta parte recóndita de la montaña,
escondidos como criminales, dejando los días pasar, esperando una señal,
olvidando que nuestra lucha es defender la palabra que narra los hechos. Somos
una minoría y si mis hombres me han seguido es porque en mis ideas ellos se
reflejaban, y yo en su fuerza. Pero ahora esas visiones han mutado, se han
cristalizado y debo ser honesto con ellas y conmigo. Debo hacer frente a lo que
el exilio me ha mostrado y traducir el pensamiento en acción, o en palabra, que
es lo mismo.
Desde hoy mismo, les dije a mis hombres a la mañana siguiente, nuestra misión es dejar de escondernos y salir a vivir nuestra época.
Es nuestra vocación dejar constancia de lo que está sucediendo en el país y
ofrecer retratos de nuestra luz y no de nuestro exilio. La palabra siempre ha
sido un instrumento efectivo contra los absolutismos megalómanos, los
sectarismos religiosos, los nacionalismos extremos, los abusos económicos, y
sobre todo contra las ideologías totalitarias que pretenden imponer un
pensamiento único, lo que significa también imponer la mediocridad.
¿Qué sentido hay en quedarnos
escondidos en el monte? ¿Quién nos persigue aquí sino nosotros mismos? Aquí no
servimos de nada, aquí somos gatos leprosos que mandaron a morir y nosotros,
confundiendo miedo con rebeldía, obedecimos y sucumbimos en este aburrimiento
mortal del exilio en nuestra propia tierra. Les aseguro que aquí sólo moriremos
asfixiados, enredados en nuestros fantasmas.
Sugiero que bajemos a la ciudad, que
subamos a los trenes y nos desperdiguemos por todo el país. Allá donde vayamos,
al caer el sol o al refugiarnos del calor del sur en la hora de la siesta, saquemos
nuestra lapicera y expresémonos como ciudadanos desde la literatura. Retratemos
lo que vemos. Iluminémoslo. Salgamos, mezclémonos, y mientras hacemos los
posible para darle comida y techo a los nuestros, dejemos registro de nuestras
vivencias. Puede ser que nuestras crónicas no cambien al país, pero sí que
cambien a quien la escribe, y tal vez también a quien la lee. Aquí, solos en la
montaña no hay lucha. De hecho dudo que haya asunto que se resuelva
escondiéndose. Más bien salgamos y seamos cada uno de nosotros una voz en un
papel. El tiempo todo lo favorece para el que persiste, para el que
inevitablemente se abre camino en la adversidad.
Publicado en esQuisses: http://www.esquisses.net/2016/06/os-cronistas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario