Ahora, sin mi madre, la casa parecía mucho más
grande y tranquila y fresca que antes. Su muerte no sucedió de un día para el
otro, sino que fue más bien un largo proceso de seis meses en salas de espera,
respirando ese hedor a enfermedad y alcohol, e incontables visitas a médicos
que no hicieron más que confirmar lo que acabó sucediendo. Así, entonces, la
fatalidad de perder a mamá fue amortiguada por el deseo de concluir con ese
sufrimiento ineludible - al menos para mí ya que mis hermanos se mostraban
mucho más hundidos y ausentes. Fui yo la que sintió el impulso de tomar las
riendas y plantear qué hacer con la casa, no me pregunten por qué, no sabría
responderlo ahora mismo, aunque si me apuran diría que tal vez por ser la
hermana mayor, y también por esa reacción tan femenina de aplacar el dolor
aferrándose a asuntos más prácticos, no lo sé, no es que me sienta
especialmente responsable de mis dos hermanos, ni tampoco jamás fui de las que
esconden o esquivan el dolor, tal vez, si lo pienso un poco más puede que sea
porque soy la única de los tres que vive afuera del país, y eso me acota el
tiempo para resolver temas administrativos antes de regresar a mi vida en el
DF, o pensándolo mejor -y no sin sentir un poco de vergüenza- tal vez me
interesé por la casa a raíz de un impulso estético que me generó un amante
arquitecto al que conocí el tercer día de estar en Buenos Aires, y que se
dedicaba a refaccionar casas, o evolucionar ambientes, según sus propias palabras.
Nos conocimos de casualidad en una exposición
de fotos a la que fui para distraerme, y hablando resultó que teníamos un amigo
en común a quien ninguno de los dos veía desde hacía años. Esa misma noche nos
acostamos. Yo debí estar muy necesitada por desahogarme, o muy agotada de mi
madre, mis hermanos y la situación en general, porque en su cama, desnudos y ya
entregados a la confianza y complicidad brutal de dos amantes que se acaban de
conocer y amar, le confesé que lo peor de regresar a Buenos Aires era entrar en
la casa de mamá y respirar ese halo oscuro que fue desprendiendo desde que todos
los hijos nos fuimos y ya no supo cómo evadir sus desgracias y naufragios.