05: Ya no hay nadie que hable
bien de esta ciudad. Se ha vuelto casi imposible que una conversación no gire
en torno a un descontento. Pero no es por esto de los quejidos que yo ya no
vivo acá desde hace años, tal vez sí el motivo por el que hoy me preguntaba si
de vivir acá sería parte de ese ruido quejoso del cual lo único que sale es
siempre el mismo barro crudo en el que ningún sonido se anuncia. ¿Estaría
aturdiendo -y aturdiéndome- si viviese entre estas cuatro paredes que no llegan
a tocarse?, no lo podré saber nunca.
Creo que sólo Hernán mantiene
un entusiasmo cuando habla de Buenos Aires; a decir verdad, no sólo cuando
habla. Según él es porque no le interesa la política, lo cual me lleva a pensar que en
esta ciudad la política es un ruido hueco. En todo caso creo que
por eso busco su compañía siempre que estoy en la ciudad, porque lo
que a él le gusta es la música. Su gusto por la armonía del sonido lo mantiene
joven de espíritu pienso cada vez que nos vemos, aunque esto no se lo digo, no
sea que le revele el posible secreto de su alegría y entonces ya no me la pueda
contagiar.
Ayer en la madrugada bajé a la
calle a pasear al perro y a tomar un poco de aire. Al girar en la esquina me
quedé un rato mirando cómo trabajaban unos tipos que entraban y salían desde una de esas alcantarillas de aguas sanitarias que hay en las veredas. Trabajaban bajo
un silencio cómplice. Por otro lado están lo que actúan, pensaba mientras mi
perro se volvía a verme desde la distancia, ellos están antes que
las palabras. El aire de la noche era agradable y apenas pasaban autos por
la Avenida Congreso. Sólo se escuchaba el susurro nocturno de la ciudad y el
discurso de la acción.
No vivo en B.A. de manera que desconozco cuáles puedan ser los motivos de queja de quienes, según parece, tienen una actitud crítica respecto de la capital. A mí siempre me pareció una ciudad agradable que a pesar de sus defectos -que los tiene, como otras grandes ciudades del mundo- nunca se me hizo extraña. Claro está que sólo la he visitado tres veces y por períodos que nunca excedieron de un mes, pero me gustó su aire europeo aunque quizá sea superficial, o mi apreciación errónea. Pero para mí, europeo hasta la médula, ese aire que recuerda a algunas ciudades del Viejo Mundo siempre marcó la diferencia -positiva- entre B.A. y otras capitales latinoamericanas.
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