3.4.20

Un gran día en la ruina

Despertar extraño: como de no haber dormido en toda la noche y a pesar de todo sentir la cabeza lúcida y el ánimo ligero. Voy flotando al baño, luego a la mesa de la cocina. Apenas me doy un salpicón de agua tibia en el rostro. Debo seguir todavía en algún sueño, me digo ya sentado frente al plato con los bizcochos. Bea sirve el café mientras. (En cuanto se vaya a trabajar me dedicaré a pasar el día entero entre las ruinas de mi inteligencia. Me lo merezco.) Decido de repente no tomar el café para evitar cualquier cambio en este animo de noble arruinado que flota por la casa. Para no levantar sospechas me mojo los labios. Simulo. Hago tiempo. Bea ahora se mueve con prisas. Ahora se pone el abrigo. Ahora me saluda con un beso. Ahora por fin cierra la puerta. Espero hasta escuchar la puerta del ascensor cerrarse antes de alejar la taza de café y el plato con bizcocho. Respiro hondo y me pongo de pie. El ánimo extraño sigue aquí y eso me alegra profundamente. Miro toda la casa desde donde estoy: la taza de café, el plato con bizcocho, la biblioteca, más allá el sofá y la mesa con las revistas, luego la puerta al patio, y afuera las plantas. Mi reino por el resto del día. Me asaltan de repente esas palabras de Gil de Biedma que tanto me gustan: no leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado/ entre las ruinas de mi inteligencia. 
Presiento que hoy será un gran día.