7.10.12

El cuadro




La historia de Gonzalo bien podría titularse alma llevada por el diablo, puesto que no era dueño de sus actos el jueves lluvioso de noviembre en el que sucedieron. Algo que en mayor o menor medida le pudo haber sucedido a cualquiera de nosotros en algún momento; que el diablo nos libre de la autoría de nuestros actos, digo. Sin embargo, un cuadro fue la causa con la que él justificó lo sucedido. Por lo tanto, aceptando la verdad que vio su protagonista, la llamaré el cuadro.

El departamento donde cenaban aquella noche Gonzalo y sus amigos del trabajo era pequeño, un ambiente único donde apenas cabía la mesa en la que cenaban los seis invitados y el sofá de cuero azul empotrado en una de las esquinas. Una puerta de vidrio extendía el espacio hacia un balcón que aquella noche permanecía cerrado, no tanto por el frio sino por la lluvia.

Pasada la medianoche, aquel salón se transformó en un espacio incómodo y abarrotado de treintañeros tras la llegada inesperada de siete amigos mientras los invitados terminaban de cenar entre postres, cafés y digestivos. Era claro por el ánimo fiestero que traían, que la noche no tenía intenciones de acabar temprano. Gonzalo, pese a lo fácil que se contagiaban los ánimos en ese espacio tan apretado, no parecía estar del todo presente. Las causas de su ensimismo y su distancia no las podría explicar con detalle, más bien las desconozco, y dudaría de cualquiera que creyera saberlas; solo sé que están enraizadas a su ex pareja y a la separación que recién ahora, varios meses después, parecía estar afectándolo. No existe lengua humana capaz de expresar, ni mente capaz de concebir, cuáles son las fuerzas que unen o separan a quienes se han necesitado.

Sí me siento seguro de confesar sin embargo, que el diablo ya había arrojado los dados desde hacía un par de días y que el latigazo de su veredicto estaba por llegar pronto.

Y sucedió esa misma noche, cuando una voz llegando desde el sofá, dijo entre risas y ruidos de vasos, algo sobre una tal Nuria. El nombre inmediatamente retumbó en su cabeza. Era la primera vez en días, que aquel nombre que ocupaba todos sus pensamientos últimamente, era dicho en voz alta.

Sin percatarse, la poca curiosidad que le despertaba la charla con Elena comenzó a desvanecerse con más decisión. Apuró la cerveza con largos sorbos sintiendo una autorización crecer adentro suyo, y con ella, un coraje instintivo (difícil saber si es el diablo quien rebalsa sentimientos y nosotros ejecutamos, o viceversa). Elena seguía hablando a pesar de que sus palabras habían pasado a ser ecos que vestían los gestos de sus manos,  manos en las que Gonzalo ahora fijaba su mirada para acomodar los pensamientos que llevarían a la acción; observaba a Elena desde una caja de cristal repleta de él. Se percató de su dispersión y se sintió grosero, pero Elena ya había notado su falta de atención y miraba el vaso de su amigo subir y bajar midiendo a través de lo que quedaba en él, el tiempo que le restaba hasta perderlo definitivamente.

Gonzalo liquidó la cerveza con un largo trago final que al momento no creyó poder pasar de un solo sorbo. Se inclinó para dejar el vaso en el suelo y al bajar el pecho hacia las rodillas sintió como el gas le explotaba en la garganta y le llenaba de lágrimas los ojos. La sangre bombeaba ahora con más ansiedad a causa del alcohol chicoteando los recuerdos desatendidos.

¿Qué estará haciendo Nuria? ¿Estará en la casa donde la dejé? ¿Pensará en mí?... ¿Cuánto hace ya?, ésta última pregunta fue la única que se pudo responder; diez meses.

-Necesito acercarme a ella...ahora mismo- balbuceó y se avergonzó al notar que había soltado un pensamiento en voz alta-. Aparte aún tiene el cuadro que le pinté cuando nos conocimos y el cual me pertenece. Ella misma me dijo que no lo quería la última vez que nos vimos, y que debia llevármelo. Pues si no lo quiere, lo tengo que ir a buscar.

Aprovechando que dos amigos se unieron al grupo, Gonzalo se ofreció para ir a buscar bebidas a pesar de haber visto ya que todos iban servidos.

-No, amigo, gracias, ya estamos servidos y entonados- dijo uno-. Mejor tráeme una de esas chicas que acaban de llegar ya que estás tan servicial. Gonzalo sonrió y se alegró de ver que Elena comenzaba a entablar complicidad con ellos.

Con lo dicho aun flotando en el aire se alejó y fue a la cocina a beber un vaso de agua para despejarse. Luego buscó su abrigo sin encender la luz del cuarto donde lo había dejado al llegar, teniendo que rebuscar entre una montaña de ropa y bufandas; lo tomó, esquivó al grupo de gente que se había instalado junto a la puerta, y sin aviso salió por fin de aquel departamento a las dos menos cuarto de la mañana. Supongo que todo aquello lo hizo con apariencia de sinceridad, pues nadie sospechó de él; de alguna manera ya se había ido de aquella fiesta desde que había escuchado el nombre de Nuria. Ya en el ascensor, fiel a su naturaleza hosca, se convenció de que nadie se percataría de su ausencia hasta muy tarde, cuando ya es demasiado tarde para recordar y se acepta la realidad sin mayores cuestionamientos.

Resguardándose de la lluvia bajo el portal del edificio paró al primer taxi que pasó por allí, le indicó el destino al conductor mientras se acomodaba en el asiento, y al ver que éste fumaba, se autorizó a encender un cigarrillo cuyo humo comenzó a escaparse por la misma rendilla de la ventana por la que lo mojaba la lluvia.

La locura que estaba cometiendo era un fantasma que se revelaba a través de la mirada del conductor. Sus cejas pobladas y sus constantes ojeadas por el espejo retrovisor, incomodaban a Gonzalo mientras viajaba envuelto entre recuerdos de Nuria y la imagen del cuadro. Por momentos no creía que fuera real estar yendo al sitio donde una vez existieron él y ella, y el cual desde la separación se había convertido en una parte de la ciudad a la que no tenía el valor de pisar.

Puede pasar mucho tiempo desde que uno se va hasta que uno regresa, varios o pocos sustitutos también; incluso es probable que las cosas de ella se hayan mezclado nuevamente con las cosas de un nuevo él, o ellos, los pasajeros temporales (y este adjetivo se suele decir más por despecho, que por anhelo). Puede que hasta las cosas de la casa se hayan vuelto sus objetos o nuestros objetos, diría ella si lo contara. Pero cuando uno regresa al sitio donde alguna vez vivió, feliz o infelizmente lo mismo da, todo ese espacio de tiempo que pasó desde que se fue, se extingue en un instante; como si una ventana se abriese y el viento que entra lo empujase todo a un limbo, suprimiendo al tiempo todo sentido o noción de existencia.

Cuando el taxi giró y Gonzalo se encontró con la fachada de su antiguo edificio, diez meses se borraron de su vida. Tuvo la extraña sensación de que allí vivía y que estaba regresando a casa tras un mal día.

Se bajó del taxi con la incómoda impresión de que el conductor conocía la verdad, que en realidad no vivía en esa calle y que tampoco nadie lo esperaba ahí. Pagó y guardó el cambio sin verificarlo mientras se bajaba deseándole una buena noche de trabajo.

El conductor contestó algo que se perdió con en el ruido de la lluvia y los nervios de Gonzalo que ya tenía medio cuerpo afuera del coche. Corrió hasta resguardarse bajo el toldo del bar que había justo al abrir la puerta. El semáforo de la esquina estaba en rojo y no quería que el conductor lo encontrase dudando bajo la lluvia por lo que inmediatamente se agachó insinuando estar atándose los cordones de los zapatos. Finalmente la luz cambió y el taxi se perdió al girar por la avenida.

A pesar del tiempo pasado reconoció inmediatamente todo lo que veía, tal vez era el alcohol el que le entorpecía el pensamiento y el andar pero a cambio le regalaba agudeza a sus sentidos. Permaneció unos instantes mirando la ventana del cuarto que daba a la calle, pensando que si Nuria se asomara en ese preciso instante, sin dudas lo vería. La posibilidad de que eso ocurriera le provocó una risa nerviosa y la alucinación de haber creído ver una silueta en la ventana.

Decidido a llevar la situación hasta las últimas consecuencias antes de que el pensamiento comenzara a despertarse del sueño etílico y trajera juicio a la noche, cruzó la calle y fue directo al portal. -¿Qué mierda estás haciendo? Pero en serio ¿qué mierda estás haciendo, Gonzalo!?- se dijo al sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta. Las manos le temblaban mojadas por la lluvia; calientes y pegajosas parecían las de un culpable.

Por suerte el ascensor estaba en la planta baja, lo cual le ahorraba la espera y la posibilidad de que algún viejo vecino entrara justo en ese momento. No sabía, ni podía imaginarse lo que diría ante tal situación. -Soy tan torpe para esas cosas que seguro diría la verdad; hola, cómo está tanto tiempo, vengo a buscar un cuadro que me deje aquí cuando Nuria y yo nos separamos hace un año, sí, no se preocupe, ella sabe y me está esperando, le dije que pasaría borracho y a las 2 y media de la mañana- ironizaba mientras cerraba la puerta del ascensor.

Subió los cinco pisos de espaldas al espejo, mirando por la ranura central de las puertas corredizas del ascensor. No se animaba a girarse hacia el espejo. Muchas preguntas saldrían si lo hacía y ya no se podía permitir dudas; como un ladrón ya adentro del banco, las cartas están tiradas y más vale ser astuto y frio para liquidar la faena. - Pero estúpido, tú no estás aquí por ese cuadro, nada de lo que estás haciendo es astuto o frio. Por suerte el ascensor se detuvo en ese momento y se bajó enfrentando una nueva etapa que anulaba la anterior.

-Te vas a quitar los zapatos ahora y los dejarás aquí junto a la alfombra. Vas a entrar sin abrir demasiado la puerta para evitar que entre la luz del pasillo. Lo primero que sentirás será el aire cálido de un departamento en plena noche. Cerrarás la puerta silenciosamente e irás por el pasillo hacia la derecha sabiendo que, cuando aun vivías ahí, había un mueble para los zapatos. Tendrás cuidado de no tropezar. Vas a caminar despacio, quizás en puntas pie. Vas a llegar al pequeño espacio donde se encuentran el baño, el cuarto pequeño y el de Nuria. Desde ahí lograrás ver, si la puerta está abierta, la cortina del baño y el canasto de la ropa sucia. Verás también la cama individual de las visitas y su ventana con la persiana abierta y las cortinas cerradas hacia la calle desde donde hace unos instantes la mirabas. No verás nada del cuarto de Nuria, la puerta estará abierta, sí, es verdad, ella no puede dormir con la puerta cerrada, pero la persiana de su ventana estará baja y el ángulo desde donde estarás no te permitirá ver nada más que el mueble a los pies de la cama, los portarretratos apoyados en él y el espejo reflejando la cama.  El cuadro estará  colgado en ese espacio desde donde miras todo esto. Lo quitarás y te irás. No harás nada más. Cuando ella note la ausencia, te llamará y entonces la verás (dios sabe lo que dirás cuando eso eventualmente suceda).

Y todo aconteció tal cual lo imaginó al salir del ascensor.

Solo que al llegar al final del pasillo, descalzo y en puntas de pie, vio la cortina del baño, la luz de la noche iluminando el cuarto de invitados y el mueble del cuarto de Nuria, pero se sorprendió al ver que la persiana de su cuarto estaba alzada. El diablo lo obligó a avanzar y él no pudo más que dar ese paso que le permitiría asomarse al cuarto. Con el corazón en la boca y la lluvia sonando como si la escuchara desde el interior de una botella, vio una silueta junto a la ventana. Inmediatamente se precipitó hacia atrás sintiendo nauseas pero también unas terribles ganas de acabar con todo eso. El diablo hablaba. Avanzó entonces hacia el portal del cuarto para encontrar junto a la ventana, de pie, a Nuria mirándolo fijamente. Sintió un calor fétido llegarle desde las entrañas, su boca seca era un trasto inútil. El diablo continuó llevándolo de la mano. No podía dejar de mirarla a los ojos y notar como éstos se tornaban cada vez más brillosos por las lágrimas. En la cama alcanzó a  ver el cuerpo de un hombre. La maldijo en sus pensamientos pero no dijo nada, el diablo se había ido ya.

-Deja el cuadro donde está y vete ahora mismo por favor- dijo Nuria moviendo los labios sin emitir sonido.
 


 

 

1 comentario:

  1. La parte que más me gusta: (...) Soy tan torpe para esas cosas que seguro diría la verdad; hola, cómo está tanto tiempo, vengo a buscar un cuadro que me deje aquí cuando Nuria y yo nos separamos hace un año, sí, no se preocupe, ella sabe y me está esperando, le dije que pasaría borracho y a las 2 y media de la mañana- ironizaba mientras cerraba la puerta del ascensor.

    Creo que tiene que haber una parte dos!

    ResponderEliminar