9.11.15

Crónica de un opinólogo estreñido


No hace mucho yo era un joven que gozaba de una gran lucidez para entender las cosas de este mundo, y además, sobre cada una de ellas tenía una opinión formada. Adentro mío había una fuerza apasionada e intelectual de la cual brotaban, rápida y elocuentemente, argumentos que siempre, siempre, pero siempre, tenían razón. Mis interlocutores, pobres ignorantes, se desmoronaban como castillitos de arena cuando llegaba la marea de mis opiniones. Eran tiempos divinos, llenos de luz, fuerza y deleite.

Pero algo terrible sucedió un buen día. No sé si fue una mañana precisa yendo medio dormido al baño, o si sucedió regresando a casa con la cara pegada a la ventana del autobús. Lo cierto es que mi cielo se nubló y ya no entendí más nada de este mundo. De repente ahora son todas dudas y preguntas, y poco a poco mi castillito de arena se está desmoronando por la marea de… ¿la involución? ¿La madurez? No sé, no me pregunten, yo ya no sé más nada. Y ahora siento que la única opinión personal que aguanta el paso del tiempo (y a la cual me aferro como el último retazo de aquel joven lleno de certezas que una vez fui), es que me gusta mi café corto y espeso, por favor no lo agüe, verá, es que sino no se me activan estas neuronas, que por cierto andan cada día más amotinadas contra las convicciones de su portador. Además sucede que estoy empezando a desconfiar de aquellos que acumulan certezas intransigentes a medida que envejecen (muy probablemente lo hago para justificar mi nuevo yo). Pienso que todos deberíamos irnos de este mundo envueltos en una incertidumbre sobre quiénes somos.   
Sin embargo no parece que eso esté sucediendo, sino todo lo contrario. No sé si soy yo o son ustedes, pero lo cierto es que tengo la impresión que cada día se opina más y con mayor fanatismo, lo cual no significa que se esté opinando mejor. Las opiniones exprés son el plato del día. Brotan como burbujas de gaseosa, y me explotan en la cara cada vez que la hundo en los medios de información o en las redes sociales. Hay tantas cosas sobre las que opinar, tantos espacios para hacerlo, y es tan fácil juntar dos o tres elementos y armar una opinión, que por qué no hacerlo sobre refugiados sirios, independentistas, yihadistas, resultados electorales en mi país o en el tuyo, adopción igualitaria, estudios sobre carne, harina, marihuana, etcétera etcétera. Mientras que los hechos se tornan cada día más complejos e interrelacionados, las opiniones más apresuradas y exaltadas.  
Es curioso que cada vez se conteste más y se pregunte menos. Sobre todo en los medios informativos, donde últimamente se ven más opinólogos ofreciendo respuestas que periodistas haciendo preguntas. ¿Acaso contestar no es lo contrario a la idea del periodismo? ¿Acaso informar sobre un hecho de relevancia social no implica preguntar a especialistas de uno y otro lado y mantener una cierta imparcialidad? Sin embargo pareciera que se valora más el periodismo de opinión que el de información, y mientras que a éste último lo manejan unos pocos, la opinión, como las ganas de orinar, la tenemos todos. Menos yo desde aquel fatídico día, claro.
No me llamen místico, pero se me ocurre que en los últimos años, tal vez desde la explosión de las redes sociales, el periodismo se ha convertido en un acto de fe. Según quien escriba o hable, las personas creen o no. Y para colmo de colmos los espacios y tiempos se han vuelto tan breve, que toda opinión es un momento efímero de descargo personal. Un argumento acalorado. Una opinión radical. Por eso preferiré siempre los ensayos a los tuits, porque ellos, antítesis de la opinión exprés, al igual que la literatura, me ayudan a situarme mejor en la historia y a amortiguar esta incertidumbre absoluta.
Y es que las cosas de este mundo se han vuelto tan complejas e interrelacionadas, que cuando me preguntan mi opinión sobre el veganismo, el ciclismo o el comunismo, no puedo evitar contestar con el silencio de un opinólogo estreñido….o a veces, raramente, con un perpetuo descargo que ni el amor de madre tiene la paciencia de escuchar. Es que adoro la continuidad, pero ella no me quiere a mí. Por lo tanto debo opinar para acabar y, con mi opinión, limitar el sentido que le doy a mi mundo, o al mundo de esta columna, y opino que exige mucho esfuerzo opinar. Por eso es que siempre preferiré a aquellos que, más que opinar, aportan una reflexión que ilumina una nueva forma de ver las cosas de este mundo, a aquellos que aportan una quietud en medio del caos. 
 


 
Columna quincenal para la revista esQuisses (Guatemala), publicada el 6 de noviembre http://www.esquisses.net/2015/11/cronica-de-un-opinologo-estrenido/

31.10.15

Por favor, sea breve.


- Por favor sea breve en sus cuentos, Señor Salgado. Ya habrá leído en los periódicos que la crisis financiera ha obligado al gobierno a hacer recortes en cultura, educación y sanidad. Y nuestra revista, pues, se ha visto afectada.
- (…) Sí, estaba al tanto, claro, pero como buscaban editores no se me había ocurrido que los recortes habían llegado a la revista.
-  Pues sí, verá, justamente toda esta restructuración que estamos atravesando se debe a que nos hemos visto en la obligación de tomar un rumbo más…digamos beneficioso, y pues la sección de cuentos y ficciones por su –y disculpe si suena fuerte- inutilidad para el lector, ha sido reducida a cien palabras; el resto del espacio original estamos pensando en cubrirlo con publicidad y una nueva sección sobre listas, ya sabe, del estilo “10 cosas que todo soltero debe saber antes de ir al supermercado”, ¿me explico?, breves textos útiles para el lector.
- Entiendo. Pero yo nunca he…

- Mire, parte de la restructuración ha implicado despedir aquellos editores que tendían a lo infinito y buscar un escritor de brevedades, como me cuentan que es usted.
(Larga pausa reflexiva, muy poco beneficiosa para entrevistas de trabajo).
- No es mi intención iniciar una discusión filosófica o –y disculpe si suena fuerte-, soltarle el rollo, pero si los políticos justifican los recortes alegando el beneficio o utilidad que pueda generar la cultura, me temo que si eliminamos lo inútil estaremos perturbando el futuro de la humanidad. Sé que puede sonar exagerado y hasta dramático, pero imagínese nuestro presente sin esas novelas supuestamente inútiles del pasado. No sé, se me ocurre Edgar Allan Poe. O Felisberto Hernández, u Oliverio Girondo. ¿Qué beneficio le genera a alguien haber leído sus cuentos? Y sin embargo….  Además no puedo mentirle señora Lezama, debe saber que yo, como todo escritor de brevedades, nada anhelo más en este mundo que escribir textos interminables.

- Entiendo, pero aquí no es el lugar. Por favor sea breve, se lo vuelvo a pedir, de otro modo no tiene sentido que continuemos con esta entrevista. La nueva política de la revista es generar un contenido útil, estético y ligero. La gente no tiene tiempo para dedicarse a una lectura extensa. La gente está cansada Señor Salgado, y cuando lee, pues quiere distraerse sin esfuerzos. Y hoy en día, lo extenso espanta. En la redacción tenemos editores de ficción con una gran capacidad para corregir hasta hacer todo cada vez más pequeño. Pero deberá ayudarnos. Por eso le pido que por favor que sea breve al contar sus historias. Además seamos honestos Señor Salgado, nada es más pesado que soportar lo innecesario. A buen entendedor pocas palabras, ¿no? De hecho, su columna, como decía el aviso, sería de cien palabras, ni una más ni una menos. Por cierto, ¿ha traído las cuatro muestras que se solicitaban en el anuncio?
- Entiendo, y disculpe que siga con el rollo, pero después de todo nadie ni nada está exento del drama de nuestros tiempos, la contaminación hasta de lo inútil con la idea del beneficio y el lucro. Me limitaré en la extensión Señora Lezama, pero teniendo en cuenta que la crisis que hay allí afuera no es sólo financiera, también me limitaré a mantener mis cuentos inútiles y absurdos, me temo que es necesario. Gracias por su tiempo; la amabilidad, por más que ocupe espacio, nunca está de más. Y ahora sí, aquí le dejo mis cuatro muestras de cien palabras cada una:

Borrachera cara         
Regresaba borracho como nunca antes. El motivo exigía: terminaba el colegio con 32 años. Cerca del parque tropecé y caí sobre la nieve. Sin fuerzas para levantarme preferí dormir mientras los copos me iban cubriendo. Supongo que mi corazón latió al mínimo vital y el alcohol se encargó de conservarme pues dormí cuatro meses bajo nieve. En Abril desperté con hambre. Lo primero que hice fue preguntar por mi diploma. Confundidos de verme regresar, dijeron que mi certificado de defunción lo había anulado y que debía rendir un nuevo examen, el cual hoy, con 45 años, todavía no logré aprobar.

La alegría del día
La conferencia sobre crisis alimentarias terminó y los participantes apagan computadoras, intercambian tarjetas y recogen abrigos. En pocos minutos la sala se vacía mientras espero a un costado. Cuando entro para recoger basura y aspirar la alfombra advierto un participante en el fondo. Me acerco y corroboro lo que supuse: está profundamente dormido y  ahogándose en ronquidos. Su cinturón se oculta bajo una barriga perfectamente redonda sobre la cual se apoyan sus brazos cruzados. En el cuaderno frente a él,  círculos y garabatos. Espero quince minutos en silencio y me retiro apagando la luz. Regresando a casa en autobús, sonrío.

El Caribe
En pocos segundos el cielo se oscureció y el viento se avivó con tal furia que los granos de arena revoloteando pinchaban como agujas.

¡Sal del agua ya mismo! grité a mi hija mientras el huracán apareció envolviéndola en su hélice. Sentí la premonición del final y corrí hasta saltar en su ojo con el único objetivo de encontrarla entre su maraña.
De a ratos creía verla mientras volaba entre latas y maderas. Finalmente caí y el cielo se despejó. Caminando entre escombros escuché su voz.
- Yudelka, ¿eres tú? ¿Sal de ahí?

- Estoy desnuda, papá, me da vergüenza-.

Maté la mata
Maté la mata un martes al mediodía. Me llenó de melancolía mirar la melena -que hace minutos era mía- yacer muerta sobre el mármol. Más de mil días mirándola crecer. ¡Mierda, mierda, y más mierda! Maldije mi repentina madurez, mi mediocre afán por modernizarme. Me vino a la mente Marta, mi mujer, también su madre (la muy militar). Pagué con monedas al maldito que me masacró y salí mudo de esa monstruosa barbería. Me fui molesto, marchando con una mirada que imploraba milagros, y sin mencionar la más mínima palabra, me dije a mi mismo: menos mal que todos moriremos.


Publicado en esQuisses, 23 de octubre: http://www.esquisses.net/2015/10/por-favor-sea-breve/

Publicado en el suplemento cultural del periódico guatemalteco La Hora, 30 de octubre:
http://issuu.com/lahoragt/docs/cultural_31-10-2015

10.10.15

Salir(se)

María me dijo por whatssup, desde Gotemburgo, que antes de que un escritor pueda lograr un texto trascendental, primero debe atravesar ciertas batallas vitales contra el mundo. Debe resolver cierto enigma de su propia historia antes que pueda ofrecer otra más valiosa a los lectores. No sólo dijo eso María, sino que además, como si no hubiera sido ya bastante trágico su veredicto, remató que no basta con atravesar batallas y resolver enigmas, -que ya es mucho pedir-, sino que además el escritor debe aprender de todos esos obstáculos si lo que pretende es, por fin, un texto valioso. (Todo venia más o menos bien hasta eso de aprender, pensé mirando la pantalla del celular). Siempre entendí que lo único que se requiere para escribir es una oscura capacidad para salirse de toda batalla y enigma.
 
Tal vez porque ella nació en uno de los países más nórdicos del planeta y yo bien al sur, es que pensamos distintos sobre cómo afrontar la escritura, una aspiración compartida. Tal vez porque ella viene de un lugar donde, por ley de gravedad, se exige cierto esfuerzo para salirse del planeta por su extremo más inmediato, mientras que de dónde vengo yo, sin mayor esfuerzo, tan sólo dejándome en manos de las leyes naturales de la física, ya me salgo por el culo. Tal vez por eso ella piensa que escribir requiere voluntad de madurar, mientras que yo sostengo que solo hay que dejarse caer. Suficiente con las teorías.
 
En todo caso Maria y yo coincidimos en que se escribe desde afuera: desde afuera de todo ese ruido frívolo que aturde a la escritura y que muchas veces se confunde con ella, desde afuera de todos esos detalles innecesarios que distraen a un escritor, de todas esas comparaciones, celos, envidias, o lo que es igual, de todo juicio personal o ajeno sobre nuestras oraciones siempre tan tartamudas aún.
Hay que ser sublime sin interrupción, decía Baudelaire el maldito, cuyas palabras sobre este mundo parecían concebidas desde otro, y escondían, pienso yo, la sospecha de que lo sublime  «es ahora pero afuera»: si hay gloria en los desdenes que atravesamos, sospecho que se esconde en las creaciones que logramos desde afuera del mundo, pero paradójicamente, de mundo hasta el cuello. Salirse por una causa mayor. Y es que sucede que en algunos oficios hay que desarrollar la locura necesaria para salirse siempre por caminos que lleven a la perdición. Tal vez conduzcan a un lugar hermoso y nuevo. Hermoso. Nuevo. ¿Acaso no son esas dos palabras las que le calzan al texto que buscamos?
 
No hay nada como la ansiedad que provoca suponer que hay que atravesar, resolver y encima aprender, antes de poder lograr una historia. Nada como creer que es después y no ahora, allí y no aquí, donde debemos estar. Demasiados hijos, demasiado desierto, demasiadas horas en ese trabajo vil, demasiadas dudas, demasiadas cosas faltan resolver antes de sentarme a escribir. Pero el verdadero escritor, eternamente atrapado por sus propios enigmas y batallas, sabe que lo más importante es escribir, aun cuando la derrota esté anunciada. No, SOBRE TODO cuando la derrota esté anunciada. Muy probablemente por eso escribe después de todo. No se sería escritor de lo contrario.
 
Le contesto a María que no sé qué contestar, que aquí abajo no hace tanto frío como para andar pensando esas cosas. Además estoy caminando por el puerto y tengo demasiada hambre como para masticar teorías. Nos despedimos entonces con un emoticón, que es la forma más breve que tenemos para decirnos adiós. Por fin encuentro un carrito de hot-dogs. Le pido a la señora que hay detrás del delantal blanco por favor uno con mostaza y me siento a comer en uno de los bancos de hormigón que hay en muelle.
 
Es reconfortante pensar que si te sales de toda seguridad, si arrojas todo por la borda y escribes como si por fin abandonaras la isla en la que naufragaste hace años, lanzándote al oleaje sobre unos troncos atados sin más reservas que una cantimplora con un sorbo de agua dulce, apuesto a que al fin tendrás un texto valioso, y por un momento, aunque solo dure un instante, serás sublime sin interrupción.
 
 
 
Columna publicada en la revista cultural guatemalteca esQuisses. 9 de octubre de 2015:  http://www.esquisses.net/2015/10/salirse/

28.9.15

Fulanos y menganos

Cierto fulano siente vocación de escritor de ficciones. Pero si a resultados se remite, le alcanzan los dedos de una mano para contar las historias que ha logrado terminar; su voluntad hacia la escritura parecería estar siempre aguardando algo. Veamos. No más de tres noches por semana, que son las que su novia hace guardia en el hospital, el fulano se dedica a escribir. El proceso de inspiración, como le gusta llamarlo, es prácticamente ceremonioso: la calma del apartamento vacío, las luces de la cocina alumbrando el salón, una cerveza bien fría o una medida de whisky, recostarse sobre la hamaca junto a la ventana, el paisaje de su calle desierta.

Comienza entonces a imaginar, reflexionar, especular con imágenes que le brotan repentinamente, teorizar moralejas, descartar, eso sí, todo final predecible o narrativa fantasiosa. En eso está cuando por la ventana ve a un hombre de unos sesenta años paseando un pastor alemán bastante gordo y cansado; ambos avanzan lentamente bajo la luz amarilla de las farolas.
La imagen parece salida de un cuento de Salinger piensa, y eso lo lleva a una voz narrativa que a su vez lo lleva a una historia: un coche gris avanza por una carretera nocturna, adentro un hombre con sombrero de ala conduce mientras una mujer sentada a su lado se pinta los labios; el hombre fuma y algo del humo se escapa por el pequeño espacio que se abre en la ventanilla; parece perturbado por algo; sin girarse le ordena a la mujer que apague la luz del espejo en el que aparecen sus labios rojos, ella ignora sus palabras y contesta con una pregunta, ¿piensas que estoy guapa, Walter?, por favor te lo suplico Sally, no seas una niña caprichosa, sabes que están al acecho escondidos con las luces apagadas; Walter fuma sin quitar los ojos de la carretera; Sally deja caer la mano con la que sostiene el pintalabios rojo y cierra de un golpe el espejo; comienzan a discutir; el coche avanza por las curvas cerradas; ella alza cada vez más la voz; él repite una y otra vez ¡cálmate Sally!, mientras gira el volante con ambas manos y no quita la vista del triángulo de luz que se proyecta en el asfalto.
De repente el fulano se levanta de la hamaca y sale disparado hacia su cuarto. Sortea la mesa con los platos de la cena, el sofá azul con la mochila hasta por fin llegar al escritorio. Del tazón amarillo donde acumula lápices y bolígrafos saca uno al azar y comienza a escribir oraciones que intentan atrapar al hombre con sombrero de ala. No, no está allí, piensa y desiste. Comienza entonces a anotar de forma aislada los elementos que forman la historia: el auto girando por una curva cerrada, la autopista trepando por oscuros cerros, esos labios rojos, contención en el ambiente, un diálogo. No quiere dejar afuera ningún detalle para que luego, cuando se siente a escribir, logre revivir toda esa atmosfera que está sintiendo a través de su imaginación.
Al cabo de unos quince minutos de escritura arrebatada, cuando llega la cuesta arriba que se adentra por los terrenos que hay más allá del entusiasmo, el fulano comienza a apagarse poco a poco. Las oraciones pasan a tener largas pausas meditabundas donde el se pierde en conjeturas. Finalmente el fulano suelta el bolígrafo y abandona la historia. Deja entonces caer los hombros y levanta la vista hacia un punto del cuarto. Lee lo escrito pero algo ha cambiado, ahora considera que la historia es una imitación barata de algún cuento que ya leyó. Aleja el papel hacia un costado sintiendo un arrebato de violencia, se levanta y vuelve a la hamaca. Jamás pierde esos trocitos de papel con tramas moribundas o personajes en incubadoras…pero tampoco prosperan.
El fulano vuelve a la suspensión de su salón y reflexiona sobre lo que rodea al proceso de creación, desde la voluntad del artista hasta la apreciación de su obra por parte de un público. Mira hacia la calle, ahora desierta, y piensa que tal vez su pretensión por escribir es en realidad una pulsión negativa, una atracción por la nada. Y por lo tanto pertenece a ese selecto grupo de escritores que prefirieron no escribir nunca un libro; una negación para nada disparatada, piensa.

Decide aplazar hasta mañana la escritura de un ensayo sobre el tema, esta noche se dedicará a reflexionar y apuntar preguntas que guíen el texto de mañana. Piensa. “¿Cuántos sueños, sistemas de pensamiento, intuiciones y frases realmente nuevas han escapado de la escritura? ¿Cuántas inteligencias han permanecido libres, dedicadas simplemente a nutrir y embellecer una vida, sin someterse jamás al servil proyecto de forjar una estrategia para producir o para obtener reconocimiento?”. Dicho de otro modo, ¿cuánta mente brillante ha pasado desapercibida en la historia por el hecho de no haber dejado constancia escrita de su existencia? ¿Es, entonces, más relevante para la historia de la literatura una mente que ha materializado un proyecto que aquella que simplemente lo imaginó o que, conscientemente, prefirió prescindir de la necesidad de crear? ¿Dejan de ser artistas quienes no crearon aun habiendo influido decisivamente en otros que sí lo hicieron? ¿Qué importancia tiene entonces Sócrates para la filosofía griega si prefirió no escribir nada? ¿Acaso no influyó en Platón? ¿No fue una voz activa de la época? El fulano se duerme.

Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, un mengano junto a una taza de café, escribe y rescribe laboriosamente historias sobre fulanos.
 
Columna publicada en la revista cultural guatemalteca esQuisses. 25 de septiembre de 2015:
http://www.esquisses.net/2015/09/fulanos-y-menganos/

19.9.15

Máquinas solteras

La frase dice así: “En un cierto momento comprendí que no debía cargarse a la vida con demasiado peso, con demasiadas cosas por hacer, con aquello a lo que se llama una mujer, niños, una casa en el campo, un coche, etc. Y lo comprendí, felizmente, muy pronto. Eso me ha permitido vivir mucho tiempo como soltero mucho más fácilmente que si hubiera tenido que enfrentarme con todas las dificultades normales de la vida. En el fondo es lo principal.”

El que habla es Marcel Duchamp (1887-1968), sentado en el salón de su casa parisina, de piernas cruzadas y con el humo del habano suspendido por encima y por delante de su rostro. Es 1966, está a meses de cumplir 80 años, y con esa frase -que tan bien encarnó con su propia vida- se da el puntapié inicial a la inquietante entrevista que Pierre Cabanne le hace al artista francés, inmortalizada en Conversaciones con Marcel Duchamp, una especie de biblia a la que debe acudir todo aquel que esté a punto de perder la fe en esto de vivir despreocupada y  atrevidamente al margen de toda masa.
Creo que todo empezó -me refiero a mi interés por las máquinas solteras en la literatura y en el arte en general- cuando leí “Historia abreviada de la literatura portátil”, del catalán Enrique Vila-Matas. Recuerdo que ya el título me intrigaba mucho; sospechaba que en ese juego de palabras había un mensaje codificado exclusivamente para mí, alguien enredado desde siempre en misiones vinculadas con lo portátil, lo ligero, lo literario, y lo suelto o soltero. No me equivocaba. Su historia de la conspiración Shandy o sociedad secreta de los portátiles (una especie de cofradía de máquinas solteras cuyos rasgos distintivos incluyen espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por lo absurdo, y cultivar el arte de la insolencia), acabó por secuestrarme y arrastrarme a un mundo en el que los bordes entre literatura y realidad fácilmente podían difuminarse. Ya era yo un admirador de Vila-Matas y sus engranajes, pero leer sobre las máquinas de Kafka o de Duchamp, sin dudas me dejó huella.
Comenzó a interesarme, pues, el concepto duchampiano de máquina soltera (machine célibataire) con el que de algún modo me identificaba. Y, aunque no entendía del todo qué era exactamente, me gustaba también el concepto de femme fatale, ya que algo intuían mis entrañas: esas dos palabras seguidas, esas mujeres fatales, complementaban el movimiento circular de toda máquina soltera. Son, después de todo, el único elemento orgánico capaz de mover los engranajes de una vocación solitaria e insolente. «Uno puede tener las mujeres que quiera; no está obligado a desposarlas», dice Duchamp.
El concepto de máquina soltera surge de la expresión concebida por su obra La Mariée mise á nu par ses célibataires, méme (La novia desnudada por sus solteros, incluso) de 1907. La obra -como se puede ver en la foto- es un vidrio doble, pintado al óleo y dividido horizontalmente en dos partes idénticas. La superior representa el reino de la Mariée (la Novia), y en el cual flota una nube grisácea. En el hemisferio de la Novia puede verse un emisor y receptores de frecuencias dirigidas hacia el grupo de solteros que se encuentran en la parte inferior del vidrio. En la parte superior hay también una zona de puntos: los disparos de los solteros. La obra de Duchamp funciona como una máquina: la Novia envía a sus solteros una señal magnética, éstos reciben la descarga y disparan. En ese instante la Novia deja caer (imaginariamente) su vestido. Fin del trance, y vuelta a empezar. Es, en definitiva, una operación circular que comienza en el Motor-Deseo de la Novia y termina en ella. Un mundo autosuficiente.
Se deduce, por lo tanto, que no hay realmente un vínculo entre la Novia y las máquinas solteras: la energía permanece cerrada dentro de una circularidad autosuficiente. Únicamente se producen vínculos eléctricos, espasmos más bien diría yo, que logran desnudar a la Novia y llevarla a un éxtasis, a un auge de placer. Pero en definitiva nada se consuma ya que no hay entrega y unión con los solteros. Los personajes están, por vocación, atrapados cada uno en su propio goce, unidos a la vez por una radical soledad.
Esta obra encarna el espíritu de los comienzos del siglo pasado, cuando el desarrollo de la ciencia y la industria estaban en ebullición. (Ya Henry Miller, en su novela Sexus, se maravilla cuando descubre las máquinas solteras caminando por las calles de París a principios del siglo pasado: «De lo poco que vi saqué a conclusión de que los hombres que más se empapaban en la vida, que la moldeaban, que eran la propia vida, comían poco, dormían poco, poseían pocos bienes, si es que poseían alguno. No mantenían ilusiones en cuestiones de deber, de procreación, en los limitados fines de perpetuar la familia o defender al Estado».) Con La Novia desnuda por sus solteros, deduzco que Duchamp capta la época y entrevé el triunfo de la máquina sobre los movimientos de nuestros cuerpos y sus flujos, lo automático y programado que codifica nuestras acciones y nuestras relaciones.
Hace unos días, por motivos ya expuestos, me puse a leer Conversaciones con Marcel Duchamp. Sentado en el salón de mi casa me preguntaba cuánto de las visiones de este artista no habían sido una anticipación de lo que llegaría en nuestra contemporaneidad; cuánto de su genialidad se vería hoy en el funcionamiento de Apps como Tinder o la controversial AshleyMadison, diseñadas para adaptaciones modernas de aquellas maquinas solteras que veía Henry Miller por la calle.
Ya con el libro cerrado y a un costado, no pude evitar imaginarme a un Duchamp versión 2015, interesado por las nuevas tecnologías y el desconcierto de los tiempos que  corren. Lo vi en San Francisco, lejos de Paris o Nueva York, trabajando en un amplio taller del Silicon Valley, donde entre partida y partida de ajedrez iba absorbiendo el espíritu de una época, la nuestra, y de la cual, obviamente, no era parte más que para observarla desde su encierro y plasmarla en máquinas que captaban el movimiento actual: un movimiento de goce individual, condenado a una auto-contemplación que se consume a sí misma, que se satisface en las zonas erógenas y que no establece relación alguna con el otro, por lo que no sirve nada más que para la pulsión de muerte.



Artículo publicado en la revista cultural esQuisses. Guatemala. 11 de septiembre de 2015:
http://www.esquisses.net/2015/09/maquinas-solteras/

29.8.15

Vidas imaginarias


No creo que haya mejor título que Vidas imaginarias para un libro, o para una saga cinematográfica, no sé si para un artículo. Pero hace unos días y a raíz de una llamada que le hice a una amiga, directora de esta revista, para contarle que estaría por Guatemala conociendo a mi primer nieto, Hilario de nombre, la muy amiga aprovechó la ocasión para invitarme a escribir este artículo  en la sección cultural. Y como ya soy bastante mayor y tampoco le tengo miedo al ridículo –o a contar las curiosidades que me suceden, que es lo mismo-, acepté de buena honra, por eso de la edad.
Vidas Imaginarias, porque así se llama el libro de Marcel Schow que encontré el sábado pasado en la librería Silabario de Quetzaltenango, y el cual fue el puntapié para lo que aquí vengo a contar. Ahí estaba yo, hurgando arrodillado en la sección de ensayos cuando vi su lomo gastado y su inconfundible título. Lo saqué de inmediato para corroborar si era aquel libro que había leído hace casi cincuenta primaveras y que tanto me había hechizado. Fue tal mi entusiasmo y nostalgia al confirmarlo, que tuve que disimular mientras me ayudaba de los muebles a mi alrededor para ponerme de pie.
Lo leí por primera vez en el verano que llegué a Boloña para comenzar la universidad, y lo recuerdo con especial sentimiento porque esa compilación de vidas raras y fascinantes, fue algo así como un relámpago estallando en el mar de mi ignorancia campesina.
Tenía yo entonces 18 años y venía de un pequeño pueblo al sur de Italia –del tacón de la bota- y del cual sólo había puesto un pie fuera dos veranos en Sicilia, visitando a tíos y primos. Tampoco era un muchacho con grandes inquietudes ni destrezas, más bien apocado y conformista, por lo tanto mi plan de vida era, -digamos-, restringido. Pero aquel libro, leído para amortiguar la soledad acalorada de una Boloña desconocida, me reveló la certeza de que mi vida, al menos en ese momento, era un punto de partida hacia infinitos rumbos.
Al tiempo cambié de carrera: no sería abogado sino matemático -sin dudas encontraba más misterio en los números que en las leyes-. Al año siguiente de mi graduación, y gracias a una beca de la UNAM que me ayudó a conseguir mi profesor de Topología, Lucrecio Tácito, partí a México para obtener mi doctorado en matemáticas avanzadas. Aterricé en el aeropuerto de Benito Juárez el 16 de junio de 1968, en plenos juegos olímpicos.
Mi historia en este lado del Atlántico aún la estoy escribiendo, pues en México conocí a mi actual esposa –quezalteca, por cierto- y del DF ya jamás nos movimos. Pero mejor volvamos al sábado pasado y a la librería Silabario en Quetzaltenango.
Obviamente lo compré y como mi mujer no llegaba hasta la tarde, decidí bajar a la plaza y hacer tiempo leyendo mi flamante nuevo libro de hojas amarillentas y olor a viejito. De camino, al cruzar frente a la iglesia de San Juan de Dios, me tentó el olor a carne asada llegando desde los carritos y ahí mismo me senté en uno de los bancos de plástico rojo y ordené con hambre: una tostada de frijoles y queso para sobrellevar la espera  hasta que llegó mi pepian con porción de arroz y aguacate.
Ya sentado en uno de los bancos de la plaza, algo indigestado por haber comido más de lo habitual, y dispuesto a darle toda mi atención a una de las vidas imaginarias, me invadieron unas terribles ganas de siesta. Intenté resistir -más que nada por la vergüenza que algún conocido me encuentre dormido en un banco de la plaza-. Como fuera no lograba avanzar en la lectura, ni tampoco parecía querer hacerlo en realidad, porque a medida que el sol florecía y comenzaba a darme a media cara, confiándome a la confusión de no saber con precisión cuándo mis pensamientos eran producto de la razón y cuándo del ensueño, caí dormido.
Algo así como dormido en una profundidad oscura y agradable desde donde imaginé o deliré, -qué más da-, una vida en la que yo era su jovencísimo protagonista: me llamaba Aurelio y vivía en una gran ciudad moderna, era descendiente de inmigrantes alemanes e hijo de un desarrollador inmobiliario de quien heredé un modesto capital que, gracias a mi habilidad para los negocios, logré multiplicar en medio de la expansión inmobiliaria de los años setenta y ochenta.
Mi cuerpo era robusto y alto, de piernas largas, y llevaba una cabellera rubia, ridículamente abrillantada. En mi rostro –el cual conocí en programas de TV- había una mirada estudiada y severa. Por lo demás, era ambicioso y apasionado, y era tan vanidoso como grotesco y altanero. En pocas palabras, un pobre diablo despavorido pero extraordinariamente laborioso en mi obsesión por hacer de mi nombre una marca: El Aurelio. Algo así como una parodia del éxito. Transformado en millonario antes de cumplir los treinta años y todo gracias a mi gusto por las estrategias polémicas, el exceso y los derroches. Así creé en las siguientes dos décadas un imperio comercial donde solo sobrevivían los más aptos y no había lugar para los débiles.
El tiempo me hizo más opulento, también más polémico y menos tolerante a la estupidez humana. Pero por encima de todo, me hizo un hombre públicamente exitoso que siempre se salía con la suya.  Muchos me despreciaban, pero muchos más querían ser como yo –o ser yo-. Dado que era el éxito y no la honestidad lo que generaba admiración en la vida pública, aproveché esa oportunidad y decidí lanzarme a candidato presidencial.
Mi estrategia fue simple: ser políticamente incorrecto en aquellos temas sensibles y tratar de acaparar los focos faltando el respeto a quien tuviera a  mí alrededor. Mi personalidad polémica, mis golpes mediáticos, y el posicionamiento de mi nombre como marca de éxito opulento, acabaron calando más hondo de lo que sospechaba. El mundo me estaba esperando y allí estaba yo parado en la arena pública, en la recta final para la presidencia, nutriendo de éxito todas las posibilidades de un hombre frente al foco de un grupo de periodistas, y no dudé jamás en decir: “Siéntese, no le he dado la palabra (…)”.
Cuando desperté me di cuenta que estaba sentado bajo uno de los árboles de la plaza central de Quetzaltenango, el corazón de toda vieja ciudad colonial.
Un hombre, vestido de blanco, toca la marimba cerca de las escaleras que bajan a la calle. Unos niños lo miran encantados por el sonido que sale de su instrumento. Banderas y pancartas rojas despiden la visita del candidato oficial de estas elecciones. Las familias del lugar pasean. Los hippies norteamericanos, descalzos, esperan su cambio frente a la mujer que les acaba de vender una botella de Indita de Rosa de Jamaica mientras hurga en su delantal buscando billetes. Los vendedores ambulantes despliegan telas de infinitos colores.

Cuando volví a ver la totalidad de la ciudad interactuando en armonía, experimenté una sensación de profundo alivio. Ni abogado, ni presidente. Soy matemático para descubrir el misterio que reduce toda ecuación compleja hasta revelar la belleza de lo simple, de lo real. Me levanté del banco y salí caminando calle arriba a la estación de autobús para buscar a Ana, mi mujer, sintiendo un terrible deseo de verla y oírla hablar.

Publicada en la columna semanal para la revista cultural esQuisses, Guatemala, 28 de Agosto:
 http://www.esquisses.net/2015/08/vidas-imaginarias/

 

15.8.15

Ciberactivismo: ¿mucho ruido y pocas nueces?


Si de regiones pioneras hablamos, Centroamérica fue quizás la primera en usar Internet para movilizarse y hacer públicas sus protestas. De hecho sucedió no muy lejos de Guatemala. Fueron los zapatistas y el levantamiento campesino de la región de Chiapas en México, liderado por el siempre encapuchado subcomandante Marcos. Esa fue tal vez la primera revuelta social que recibió atención mundial gracias a Internet.
Por la misma época, un poco más arriba, en Seattle, las tecnologías digitales también eran las responsables de movilizar miles de personas contra la Organización Mundial de Comercio, llegando incluso a hacer fracasar la llamada Ronda del Milenio, y todo esto sucediendo al margen de cualquier partido político.
Desde entonces hasta hoy ha pasado mucha agua bajo el puente que une a las nuevas tecnologías con las causas sociales. Aparecieron Facebook, Twitter, y con ellos un sinfín de movimientos de protesta gestados desde plataformas digitales. Pero tranquilo lector, no he venido a escribir otro artículo sobre la historia de las redes sociales, sino más bien a ver si juntos logramos entender cuánto cambio en realidad logra una protesta virtual, ya que tengo la impresión de que, paradójicamente, una masa de activistas virtuales no siempre se ha traducido en una solución sostenible. La pregunta que intento plantear por lo tanto es: ¿qué es lo que hace posible una solución a largo plazo?
El ciberactivismo, entendido como acción política en la red, ha sido determinante para organizar, en cuestión de horas, movimientos de gran repercusión social y política, algunos logrando derrocar vicepresidentas, como sucedió aquí en Guatemala hace tan sólo semanas, o gobiernos enteros, como en la llamada primavera árabe y sus levantamientos de Bahréin a Túnez, pasando por Egipto y Libia. Otros ejemplos: los indignados en España, Italia, Grecia, las protestas del parque Gezi en Turquía, Taiwán, Euromaidán en Ucrania, la revolución de los paraguas en Hong Kong, y movimientos más recientes, como por ejemplo, los hashtag “#ReunciaYa”, "#BringBackOurGirls", “#YoSoyNisman” y “#JeSuisCharlie”. Es indiscutible que hoy en día un tuit puede desencadenar una campaña mundial de información, y una página de Facebook puede convertirse en un medio de movilización de masas.
Pero si analizamos en detalle estos movimientos, y comparamos la cantidad de clics o cyber-activistas que juntaron en pocas horas, con la calidad de los resultados que lograron, ¿acaso se puede afirmar que los logros están a la altura del tamaño y el ardor que los inspiró? Yo diría que no, diría que lo que han conseguido han sido más bien pequeños cambios estéticos, y no tanto verdaderos cambios sostenibles – casi 20 años después las protestas de Seattle la conversación global sobre la desigualdad, y las políticas que la provocaron están aún presentes.
Parte del problema de las protestas de hoy, según expertos, tiene que ver con que imitan el modelo de las start-ups comerciales, es decir que focalizan toda su energía en conseguir “clientes”, olvidando desarrollar un espíritu de esfuerzo común.
Si estudiamos los movimientos sociales anteriores a las redes sociales, y tomamos aquellos que lograron cambios positivos, sostenibles y sobre todo a través de medios no violentos - como por ejemplo el movimiento por los derechos civiles liderado por M. Luther King que extendió el acceso pleno y la igualdad ante la ley a los grupos que no los tenían, sobre todo a los ciudadanos negros, o el movimiento de liberación de la India liderado por Gandhi-, podemos observar que han sido procesos largos en los cuales sus miembros debían interactuar para organizarse, movilizarse para reunirse y conocerse, crear consenso, discutir ideas, resumirlas, escribirlas, difundirlas. Hoy en día es mucho más simple organizar una protesta, basta una página de Facebook, una cuenta de Twitter, y en pocas horas se captarían seguidores a través de actualizaciones, imágenes sugestivas, o breves mensajes ingeniosos de 140 caracteres.
Pero al usar las plataformas digitales para el activismo, ¿acaso no estamos optando por un camino más fácil, desaprovechando los beneficios de hacer las cosas en equipo y por el camino más largo? De ninguna manera pienso que la solución está en redactar un folleto a mano y atravesar un país en bicicleta para distribuirlo, pero tampoco creo que se encuentre en un hashtag ingenioso, sino más bien en la capacidad de crear un tipo de organización que puede pensar en equipo y tomar decisiones difíciles de forma conjunta, llegar a un consenso e innovar y continuar juntos a pesar de las diferencias encontradas en el camino.
Las causas que han inspirado movimientos en los últimos años son críticas: el cambio climático es incuestionable, la desigualdad continúa afectando el desarrollo de las personas y la corrupción está presente en muchos países. Es evidente entonces que necesitamos soluciones más eficaces. Los movimientos de hoy tienen que ir más allá de la participación a gran escala para encontrar la manera de pensar juntos colectivamente; no sólo señalar y acusar, sino desarrollar propuestas fuertes, crear consenso, averiguar los pasos necesarios para lograr cambios y relacionarlos para aprovecharlos, porque todas las buenas intenciones, la valentía, y el sacrificio por sí mismas no van a ser suficientes.


Columna publicada en la revista guatemalteca esQuisses, el día 14 de agosto de 2015: http://www.esquisses.net/2015/08/ciberactivismo-mucho-ruido-y-pocas-nueces/